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Bastian la observaba con atención, su voz se colaba en los oídos de Ariana con tanta claridad, la forma como la llamó, odiaba que le dijeran Ari, nunca había sido de su agrado que lo utilizaran para referirse a ella y ese desconocido lo pronunciaba de una manera que sonaba tan avasallador. Cuando la cordura llegó manoteó el dedo de Arman.

—Puede dejar de tocarme. — indicó dando un paso atrás alejando su mirada.

—¿Normalmente te pones así? —cuestionó ganando que de nuevo lo mirara extrañada.

—¿Cómo?

—Sonrojada... — mencionó. Ariana se llevó las manos al rostro rápidamente tocando sus mejillas. Bastian dio un paso hacia su escritorio y podía sentir su presencia dominante rodearla.

—No estoy sonrojada. — afirmó para él o internamente para calmarse ella misma. Lo observó acercándose a la caja desde el otro lado del escritorio.

—¿Qué hace esta caja aquí?

—La he traído de vuelta, no necesito que me regale nada, usted y yo no nos conocemos. — compuso su porte.

—Así tratas a tu ángel de la guarda. Debería sentirme ofendido... — dijo apartando la silla para sentarse, abrió su saco mostrando la camisa de color azul claro y como esta se enmarcaba en su cuerpo. Ariana no pudo evitar mirarlo.

—Usted no es mi ángel de la guarda, ni nada. — estaba decidida a abandonar esa oficina.

—Te salvé la vida. — Ariana detuvo sus pasos dándole la espalda... —Dos veces...

—Lo del club fue un malentendido. — gruñó girándose hacia él.

—¿Lo fue? Estabas tan tomada que fácilmente hubieras podido cometer cualquier locura.

—Aun así, ¿qué le importa a usted?

—Realmente no me importa. — declaró ganándose una mirada de asombro de Ariana.

—¿Entonces por qué?

—Curiosidad... tal vez. — colocó su codo sobre el escritorio para apoyar su rostro y rozar sus labios con uno de sus dedos mientras la observaba con atención.

—Le parezco una burla, cree que puede decir eso... mi vida le parece curiosa, ni siquiera me conoce. — estaba molesta y no sabía por qué. Pero escucharlo decir eso la enfurecía.

—No, no te conozco Ari. Pero aun así aquí estás frente a mí...

—Porque le traje su regalo... y para decirle que no estoy interesada. — se cruzó de brazos.

—¿no Interesada en qué?   —contraatacó.

—En lo que sea que significa eso. —señaló la caja.

—¿Qué significa? — cuestionó con una ligera sonrisa en sus labios gruesos, pero perfectos. Ariana no sabía por qué lo miraba de esa manera detallando su rostro aunque estuviera molesta de su actitud soberbia.

Ahora con la claridad del día era consciente del azul de sus ojos, de las cejas pobladas y pestañas abundantes, acompañas de una barba que se pulía sobre su piel y le daba un aire atractivo, jodidamente apuesto, pero con una mirada petulante. También era consciente de sus hombros anchos, de su pecho altivo y esas manos varoniles que enmarcaban perfectamente sus venas. Lo estaba detallando con la mirada, comenzándose a sentirse fuera de lugar, algo sofocada y con un hormigueo extraño.

—No importa, simplemente se lo devuelvo. — rompió con el contacto dando otro paso para irse, caminó hasta el ascensor sintiendo la mirada de él sobre su cuerpo. Tecleó la planta baja y esperó, por inercia llevó una de sus uñas a los labios, estaba nerviosa, podía sentir como la observaba. El condenado elevador no marcaba ningún número, volvió a intentarlo. Cuando no hubo señales de que el elevador avanzara se desesperó. —¿Dónde están las escaleras? — cuestionó buscando una puerta anexa.

Giró hacia Bastian que permanecía recargado en la silla observándola, pero aquella mirada tenía algo más, un tinte salvaje, como si estuviera acechándola, pasó saliva al sentirse peor.

—La única manera de salir de este piso es el elevador. — contestó con una calma que dio miedo. No había un acento que pudiera decirle de donde era, su voz era profunda y directa.

—Creo que se ha averiado. — soltó angustiada.

—No, no lo esta. — dijo poniéndose de pie, caminó hacia ella. Ariana dio un par de pasos estampando su cuerpo contra las frías puertas del ascensor. Estaba loca, había perdido la cordura por venir, tenía que salir de ese lugar. Bastian acortó la distancia, alzó la mano y Ariana cerró los ojos apretándolos con fuerza. —Se necesita una clave... —mencionó él tecleando un número. Pero dio un par de pasos atrás, Ariana lo observó.

—Coloque la clave. —ordenó

—Te he dado el primer número, los demás tienes que ganártelos. —declaró con diversión, pero su rostro no mostraba una sonrisa.

—¿Qué? Me quiero ir. — indicó de nuevo.

—Debes tomar la caja... — señaló el escritorio. Se estaba divirtiendo con ella.

—Abra o gritaré.

—Grita, siento curiosidad por escucharte, Ari. —colocó una de las manos en el ascensor acorralándola. —Aunque no es el lugar ni el momento que pensé. —aquella declaración erizó de nuevo su piel y mandó una condenada corriente eléctrica desde la punta de sus pies hasta el centro de su cuerpo. ¿Por qué se sentía así? Debía ser por todo lo que estaba pasando, por el desgraciado de Enrique, por culpa de él estaba metida en esta situación. Aunque había llegado por su propio pie a la cueva del lobo.

—Abra por favor. — titubeo alejando su mirada, como una chiquilla indefensa. Bastian cerró la mano en puño con fuerza al escucharla. Podía notar el rubor en sus mejillas, la manera como apretaba sus manos sobre su cuerpo, haciendo tirones sobre aquella blusa rosa ceñida a su cintura.

Era delicada, se había dado cuenta esa noche debajo de aquel vestido blanco que la aprisionaba, quería saber que se ocultaba debajo de tantas capas, le recordó una matrioska aquellas muñecas que su madre coleccionaba, una dentro de la otra, hasta llegar a la última pieza. Sentía curiosidad una tan grande que no era fácil dejar pasar. Tomó su barbilla con fuerza cuando la vio morderse uno de sus labios. Ariana abrió los ojos, asombra por el repentino movimiento.

—Toma la caja, Ari. — ordenó, el agarré era diferente, demandante con su pulgar casi tocando sus labios. Soltó cuando casi rozaba su labio. Ariana dudó, pero miró hacia el escritorio, caminó unos cuantos pasos, temerosa. Bastian arregló su saco y giró para verla.

Agarró la caja con cuidado y volvió hacia el elevador aprisionándola sobre su pecho, Bastian la observó por una última vez, tecleó la clave del ascensor. Ariana sintió que los colores volvían a ella cuando las puertas se abrieron, pero al querer cruzar el brazo de Arman se interpuso.

—¿Algo que tengas que decir? — cuestionó, señaló la caja antes de mirarla a los ojos.

—Gra-Gracias. —titubeó confundida. Bastian le permitió entrar.

—Soy un hombre de negocios, Ari. Y tengo uno en particular que discutir contigo... — dijo antes que las puertas se cerraran.

Cuando las puertas quedaron selladas y el movimiento del elevador la volvió la realidad, soltó el aire en sus pulmones pegándose a la fría pared, aferrada a la caja. ¿Qué demonios había sido todo eso? Parecía sacado de una película, era lo más extraño que había vivido, lo peor era sentir aun la calidez del toque cerca de sus labios, ese hormigueo que no se borraba, su tacto hervía en su piel, era la primera vez que algo así le pasaba, nunca había conocido a un hombre como Arman Bastian, y el miedo se mezclaba con la curiosidad de saber más de ese desconocido.

Se golpeó en la cabeza duramente con la caja, no podía estar pensando eso, era un desconocido y tal vez un loco... las puertas del ascensor se abrieron, varias personas esperaban para entrar, verla en el suelo y golpeándose con la caja no fue una buena primera impresión. No obstante estaba segura de que nadie quedaba cuerdo después de conocer a Arman Bastian, y ella estaba loca por querer volver por ese maldito elevador. Corrió, salió deprisa del edificio sin importarle la vergüenza del momento, miraba de reojo el inmenso edificio, específicamente el piso 59 porque ya los había contado, la última frase seguía rondando en su cabeza, junto a esa mirada salvaje...

En los Brazos de la BestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora