Capítulo V

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Cuando se abrió el telón completamente y el escenario quedó al descubierto en todo su esplendor, a modo de introducción, los reflectores vislumbraron un músico que comenzó a tocar una melodía en su dombra (instrumento típico de Kazajistán). En un principio, los acordes fluían muy despacio, pero poco a poco fue tomando intensidad, hasta parecer que los dedos del artista volaban sobre las cuerdas. Unos minutos después la Sinfónica, que se encontraba justo detrás, fue incorporando sus instrumentos a la melodía hasta finalizar de manera magistral. Hay que reconocer que los artistas kazajos son muy perfeccionistas, cuidan hasta del más mínimo detalle en sus presentaciones, quizás por eso resultan tan emocionantes. El público aplaudió sobresaltado y este solo era el inicio, la noche prometía ser inolvidable.

En ese momento hizo su aparición el conductor del espectáculo para realizar las presentaciones correspondientes. La Orquesta Sinfónica tocó dos piezas a continuación, una de ellas era una rapsodia asombrosa donde mezclaban la música tradicional y la clásica con una gran variedad de instrumentos. Una solista lírica interpretó exquisitamente una canción rusa perteneciente a una ópera, al parecer habían reservado a Damir para el final.

Hasta que al fin llegó el momento más esperado de la noche. Damir apareció en escena en todo su esplendor, lucía perfecto en traje de gala y su estatura lo hacía ver aun más imponente, era realmente imposible mirar hacia otro lugar.

Comenzó su interpretación en tonos graves, de esos que se cuelan en tus entrañas y te hacen estremecer de la cabeza a los pies. Las luces, que en un principio eran tenues, iban intensificando su brillo a medida que ascendían las escalas de su voz. Sus ojos, que hasta ese momento habían permanecido cerrados, se abrieron de pronto luciendo una mirada penetrante que te embriagaba el alma y te carcomía la piel. Todo en él era electrizante, mágico, lograba transportarte a a otra dimensión con cada nota, con cada gesto, incluso podías llegar a entender la canción sin importar el idioma en que fuera interpretada, ese era su verdadero don, no el rango vocal que todos admiraban. Fue del barítono al soprano con total naturalidad, sin parecer darse cuenta del efecto alucinante que esto provocaba en los demás.

Luego de dejar al público en un éxtasis total, cantó acompañando a la vocalista lírica una composición de música tradicional kazaja. Cada mujer presente en el teatro esa noche hubiera dado con gusto todas sus posesiones por ocupar el lugar de aquella cantante, a pesar del respeto que mostró Damir al estar cerca de ella.

Era de esperarse que lo mejor sería reservado para la clausura: Damir cantó junto a un coro de niños una hermosa canción sobre la paz. La armonía que crearon todas aquellas voces infantiles en conjunto con la suya lograron un efecto dulce, inocente, mágico. Fue realmente emocionante, tanto así que, cuando el telón se cerró y estallaron los aplausos, Lia permanecía inmóvil de la mano de David con la mirada húmeda y totalmente perdida, hechizada por la música celestial que acababa de escuchar. Solo reaccionó cuando se encendieron todas las luces y un señor que permanecía sentado cerca de ella, le ofreció amablemente un pañuelo al notar sus lágrimas.

—Gracias, es usted muy amable — alcanzó a decir con la voz un tanto quebrada. (En ruso, por supuesto.)

Una sonrisa de total complicidad fue la respuesta del caballero. Lia quedó impresionada desde el primer día que puso un pie en aquel recóndito lugar con la bondad de sus habitantes, su educación y su humanidad, realmente no son cosas que abundan en este mundo. Nunca nadie la hizo sentir inferior, todo lo contrario, le brindaron su apoyo sin esperar nada a cambio cuando era prácticamente una desconocida para ellos; la ayudaron a encontrar un lugar para vivir, varios empleos, una escuela para David, todo de acuerdo a sus posibilidades e incluso se ofrecieron para practicar ruso en sus horas libres. A veces notaba que las ancianas la miraban intrigadas quizás por sus rasgos faciales o por el hecho de ser madre soltera, pero nunca hicieron ningún comentario indiscreto u ofensivo.

Luego de enjugar sus lágrimas con cuidado, había llegado el momento de abandonar el teatro. Cuando caminaba lentamente de la mano de su hijo, abriéndose paso entre la multitud, lo vio. Estaba al otro lado del pasillo que conducía al exterior saludando a varias personas y agradeciendo su presencia. Por una fracción de segundo sus miradas se encontraron, como si un hilo invisible las hubiese conectado. Fue totalmente abrasador, desconcertante, como si el fuego la consumiera por dentro y encendiera sus pupilas. Él la saludó con una sonrisa y sus pies se dirigieron hacia ella cobrando vida propia. En ese preciso instante, los fotógrafos y los periodistas hicieron entrada dando paso a las entrevistas y Lia creyó sentir como si las campanadas de un reloj anunciaran que estaba a punto de romperse el hechizo y que su noche como Cenicienta había llegado a su fin.

Amor como un sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora