Capítulo XII

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Cuando cerró la puerta, Lia se dejó caer en el suelo lentamente. Su corazón latía tan rápido que creyó que le iba a dar un ataque cardíaco. Su mente estaba completamente en blanco, ni siquiera podía recordar el motivo de su aflicción. Conque ese era el efecto que tenía Damir  en las personas, te hacía olvidarte del mundo, te hacía perderte a ti misma. Siempre pensó que la mezcla de su música y su voz colosal era la que lograba hechizar a todos. Nunca tuvo en cuenta sus gestos, sus palabras, sus miradas, todo él. Era una especie de fórmula secreta para hacerte perder el control sobre tu cuerpo y tu mente. Aquel beso en la frente la dejó desconcertada, pero fue una señal de respeto y complicidad, a fin de cuentas, Damir era un caballero, de esos que ya no existen en el mundo real. ¿Será que ella anhelaba algo más? Mejor tendría cuidado, algunas ilusiones pueden resultar dolorosas y su corazón ya no aguantaría una herida más. «Él puede tener a la chica que desee, no creo ser la clase de mujer de la que pueda enamorarse, yo nunca seré la princesa de un cuento de hadas —pensó.» Al menos podían llegar a ser amigos, ya que eso, al parecer, era lo que pretendía Damir con sus visitas y ella no sería capaz de negárselo, no a él. Le había confiado sus secretos y él la había escuchado y consolado, eso es lo que se espera de un amigo de verdad. En eso sintió los pasos de alguien que se acercaba a la puerta y se levantó de un salto, escuchó el sonido de la llave en el cerrojo y en eso entró David:

—¡Mamá, muero de hambre! ¿Hay algo para merendar?

—Buenas tardes, mamá, ¿cómo te fue hoy en el trabajo? —le contestó Lia intentando corregir sus modales en tono gracioso.

—Sí, señora Lia, tiene un hijo maleducado, esa clase de kazajo se llevó mis modales y mis energías.

—Eso no te justifica. ¿Te preparo un sándwich?

—Sí, con un vaso de jugo, por favor. Mi cerebro va a explotar.

—Al menos sabes hablar mejor el kazajo que tu propia madre. Voy a tener que matricularme en tu escuela.

—Por Dios, qué vergüenza.

—Oye, respétame.

—Sí, señora.

—David, después que termines de merendar, quiero conversar algo contigo.

—¿Qué es, mamá?

—Cuando meriendes, David.

—De acuerdo.

Lia quería encontrar las palabras perfectas para hablarle a David sobre su padre, pero no lo conseguía. El niño devoró toda la merienda en pocos segundos y se sentó frente a ella en el sofá.

—Listo, mamá. ¿Qué querías decirme?

—Primero que todo, quiero pedirte perdón por haberte traído a vivir aquí sin contar contigo siquiera, nunca me voy a cansar de hacerlo.

—Mamá, ya hemos hablado de esto muchas veces, me gusta este país, el idioma es difícil, pero estoy aprendiendo.

—Pero te alejé de tus abuelos y de tu papá.

—A los abuelos los extraño un montón, pero papá ya estaba lejos.

—Aún más, quiero decir. Él está en Cuba ahora, estuvo en casa...

—Lo sé.

—¿Lo sabes?

—Sí, mamá, a veces conversamos por el chat, no te enojes conmigo, por favor.

—No, cariño, no estoy enojada, él es tu papá y yo no tengo nada en contra de que hablen, pero no me gusta que me ocultes cosas, nosotros solo nos tenemos el uno al otro en este lugar.

Amor como un sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora