Una sensación extraña la hizo despertarse antes del alba. Adormecida, abrió los ojos lentamente hasta divisar una silueta en medio de la penumbra. No daba crédito a lo que veía: el rostro de Damir descansaba sobre la almohada a pocos centímetros del suyo, su aliento cálido rozaba sus labios y sus dulces ojos la miraban con esa mezcla de ternura y pasión con la que sólo son capaces de mirarte los... ¿enamorados? Muy despacio levantó la mano derecha para dejarla caer sobre su rostro en una caricia casi imperceptible, como si temiera que estallara al más mínimo roce de su piel, como unos de esos adornos de cristal fino que no nos atrevemos a tocar por miedo a romperlos. En ese momento Lia se levantó sobresaltada y, al mirar a su lado, solo estaban las sábanas. Una extraña sensación de déjà vu se apoderó de su mente y de su cuerpo; podía jurar que la huella de Damir permanecía en su cara y que su perfume podía sentirse en el aire.
Cuando se convenció de que todo había sido un sueño, volvió a acostarse un tanto nerviosa, puesto que aquellos sentimientos no acababan de desaparecer. ¿Qué había desencadenado esta clase de pensamientos? ¿Precisamente a ella, que era una mujer con los pies sobre la tierra? Decidió alejarlos de su mente, sabía que no podía darse el lujo de perderse de nuevo, que no podía derrumbarse, pues allí no había nadie que la ayudara a levantarse otra vez.
Miró por la ventana, afuera estaba lloviendo. Una llovizna fina caía lentamente, casi como el rocío y se deslizaba por las hojas de los arbustos del jardín hasta humedecer la hojarasca. Esos amaneceres grises solían ponerla melancólica desde siempre y aquel día no sería la excepción. La extraña sensación de esa mañana no desapareció en toda la jornada por más que intentó concentrarse en el trabajo. Estaba distante, con la cabeza en las nubes, cómo si tuviera la certeza de haber vivido realmente aquel momento. Cuando la dueña de la tienda de flores donde trabajaba le preguntó qué le pasaba, alegó que se sentía un poco cansada o que de seguro el día lluvioso le robaba las energías.
En la tarde, David no paraba de hablar de sus impresiones del concierto, cosa que no hacía sino empeorar la situación. Dios, ¿cómo podría desprenderse de aquel recuerdo? Hubiera dado todo por adelantar el tiempo hasta la hora de dormir, solo que no sabía bien por qué: si era para olvidar o para revivir aquel sueño.Pasaron algunos días y Lia se resignó a la idea de ver a Damir solo a través de una pantalla. David mencionó algo de que estaba en China, pero no entró en detalles. A fin de cuentas, él había sido muy amable al invitarlos a aquel concierto en agradecimiento por haberlo ayudado aquel día en la avenida. Todo fue como vivir un sueño, pero tocaba despertar, no tenía otra opción. Así que continuó con su vida como de costumbre junto a su pequeño tesoro: David.
Aquella mañana de domingo Lia despertó más temprano de lo normal. Hay que decir que ella odiaba los domingos desde que tenía memoria, le parecían aburridos, silenciosos, cansados, deprimentes. Mientras tomaba su café sentada en el sofá, su mente echó a volar y, sin saber muy bien por qué, recordó aquel poema de Buesa que tanto le gustaba: "Este domingo triste pienso en ti dulcemente y mi vieja mentira de olvido, ya no miente..." Su cabeza le jugó una mala pasada y, sin darse cuenta, se sorprendió pensando en... él.
Dio un salto al sentir que tocaban a la puerta. ¿Quién podría ser un domingo a esa hora de la mañana? Quizás algún vecino se puso mal y vinieron a buscarla para que lo ayudara, algunos sabían que era doctora y ella solía atenderlos sin pedir nada a cambio, sobre todo a los más pobres. Puso sus pies dentro de las chanclas y se precipitó a abrir la puerta. Un suspiro se escapó de su boca al ver quién estaba del otro lado, no pudo disimular el asombro, tal vez sus ojos la engañaban de nuevo porque en la entrada aguardaba: Damir.
—Buenos días, discúlpeme por venir sin avisar. Pasaba cerca de aquí y quise saludarlos y agradecerles por aceptar mi invitación al concierto la otra noche.
Lia seguía petrificada en medio de la entrada, petrificada y muda porque no conseguía articular palabra alguna, esto no podía estar pasando. Damir, quien seguramente debía estar acostumbrado a lidiar con estos casos, volvió a decir:
—Sabe, es curioso, por el camino venía pensando e intentando recordar todo lo acontecido aquella tarde donde me ayudaron cuando me desmayé y, por mucho que me esfuerzo, no logro recordar su nombre.
—Lia, mi nombre es Lia —fue lo único que consiguió decir.
En ese momento se escuchó una voz al otro lado de la sala y ambos miraron hacia donde provenía:
—Mamá, ¿qué hay para desayunar? — era David que acababa e despertarse y, al darse cuenta de había alguien en la puerta exclamó— ¡Damir! ¡Qué bueno que volviste! ¿Viniste para echar un partido conmigo? Pasa, no te quedes ahí parado, entra.
Lia hizo un gesto invitándolo a pasar a la sala y por fin pudo decir algo:
—¿Desea tomar un café, un jugo?
—Un café, por favor.
—David, ¿te sirvo un jugo para desayunar?
—Sí, mamá y unas galletas también. No te preocupes, yo cuido al invitado —contestó David tomando al visitante de la mano y llevándolo al sofá.
Lia parecía un robot, actuaba casi espantada, no podía entender qué hacía Damir allí y para colmo ella estaba en pijama. Ni siquiera se había lavado la cara, ¡que vergüenza! Casi se quema una mano mientras servía el café. Tomó otra taza para ella y observó su reflejo en la cubierta del micro, lucía de espanto, su cabello se veía casi como si acabara de salir de un huracán. Intentó alisarlo con las manos como pudo y se lavó un poco el rostro. En la sala, David le mostraba a Damir todos los juegos que tenía en su celular y decidían con cuál empezarían el duelo. Lia intentaba escuchar lo que su hijo le decía, pero este hablaba prácticamente en susurros:
—Apuesto que mi mamá ahora mismo debe estarse mirando en el fondo de algún sartén o en la tapa del micro como si fuera un espejo. Estaba acabada de levantar cuando llegaste, pobrecita, debe estar muerta de vergüenza, luce toda despeinada.
Damir no pudo evitar reír ante las ocurrencias de David, pero no dijo nada. Lia llegó con una pequeña bandeja con café, jugo y galletitas para los tres.
—David, ¿te cepillaste los dientes?
—Sí, mamá, tranquila, no te preocupes, puedes ir a vestirte que yo cuidaré de la visita.
—¡David! —Lia regañó a su hijo por el atrevimiento—. Disculpe un momento, voy a cambiarme, enseguida regreso —se dirigió entonces a Damir y, diciendo esto, entró en el cuarto.
Tiempo después, salió radiante y perfumada. Había tomado un baño, se peinó con esmero, incluso podía distinguirse un ligero maquillaje en sus ojos y labios. Vestía unos jeans ajustados y un suéter de tela fina de color azul celeste. Damir sonrió cuando la vio, quizás sin darse cuenta, realmente se veía muy bonita a pesar de llevar ropa casual.
—Que bueno que está usted vestida así —dijo finalmente sin dejar de sonreír—. El motivo de mi visita ha sido proponerles dar un paseo conmigo. Cómo kazajo de nacimiento me siento en la obligación de mostrarles lo bello de esta ciudad, iremos en mi auto, les tengo una pequeña sorpresa. ¿Qué dicen, aceptan?
Lia tuvo que aguantarse para no caer. ¿Aquello estaba sucediendo realmente?
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Amor como un sueño
RomanceLia es una madre soltera con los pies sobre la tierra. Su hijo David es su pequeño tesoro y su razón de vivir. El destino cruza su camino con Damir, un cantante de fama internacional a quien siempre ha admirado. Se ve arrastrada en un hermoso sueño...