Capítulo XXIII

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Los días pasaban rápidamente y Lia cada vez se sentía más nerviosa. Por un lado estaba la cena de Nochebuena y por otro, el concierto de Damir. A pesar de que ya lo había escuchado cantar en vivo, sabía que esta vez sería diferente, en este escenario podría derrochar toda su creatividad, podría ser él mismo. Damir siempre decía en sus entrevistas que quería experimentar con todo tipo de música, ya que era mayormente conocido por sus interpretaciones en el género neoclásico. Resultaba emocionante para ella el no saber qué sorpresas tendría preparadas para esta ocasión en que el espectáculo sería en su tierra. Sus conciertos siempre atraían miles de personas de diferentes países que venían a escuchar a "la voz dorada del planeta".

Había pasado más de una semana desde la última vez que Lia vio a Damir. La mañana que vino a dejarles las entradas dijo que viajaría a China para una presentación en un programa de televisión, además de que debía discutir algunos detalles sobre el concierto del año nuevo. Le envió algunas fotos y mensajes, pero nada más.

La tarde del veintitrés de diciembre, Lia y David salieron de compras. Tomaron un autobús que los condujo hasta un centro comercial. Lo primero que decidieron comprar fue un pequeño árbol de Navidad, acorde al tamaño de su casa y diversos adornos para este. David recordó que en otros países se colocaban regalos sencillos debajo del árbol para abrirlos al día siguiente, aunque no era tradición en Cuba. Lia tuvo la idea entonces de buscar uno especialmente para Damir, algo que pudiera llevar a todas partes y que le hiciera recordarlos. Recorrieron varias tiendas, pero no se decidía por nada, ¿qué podrías regalarle a alguien que lo tiene todo y no le importa nada material? Pasaron por una joyería y pensó en comprarle un anillo, pero le pareció demasiado sugerente. David entró corriendo a una tienda de instrumentos musicales, habían dombras de diversos tamaños, guitarras, tambores, pero todo a precios exhuberantes, algo que ellos no podían permitirse. En una vidriera, Lia divisó un micrófono inalámbrico, le llamó la atención su color azul, la mayoría siempre eran negros; decidió comprarlo, no se le ocurría un mejor regalo que este, así pensaría en ellos cada vez que cantara. También encontraron unos guantes oscuros con detalles bordados en dorado, algo que a ella le recordó a Michael Jackson, quién era uno de los cantantes favoritos de Damir, por lo que también quiso obsequiárselos. Visitaron otros lugares, donde compraron más regalos y los ingredientes para la cena, incluyendo el pavo. Cuando terminaron, Lia no tuvo más remedio que llamar un taxi porque se les hacía imposible avanzar con tantas bolsas pesadas.

Esa misma tarde, armaron el arbolito en una esquina de la sala, junto a la ventana. Se divirtieron colocando los adornos de forma aleatoria y envolviendo los regalos. David corrió a su cuarto para empaquetar los que tenía para ellos en secreto, momento que su madre aprovechó para hacer lo mismo con las acuarelas y pinceles que había comprado para él varios días atrás.

La mañana del sábado veinticuatro, Lia y su pequeño hijo se levantaron muy temprano y salieron al mercado para comprar especias y vegetales  frescos para la cena. Ella aprovechó también y compró dos botellas de vino tinto, puesto que el día anterior lo había olvidado. En el camino de regreso a la casa, llamó su atención un vestido que se encontraba en exhibición en una tienda de ofertas. Era del mismo color del vino, con las mangas largas y un ligero escote. Entró con David al local y, luego de probárselo, decidió comprarlo, junto con algunos abrigos y pantalones para su pequeño.

Ya en casa, comenzaron con los preparativos para la cena. El niño ayudaba en todo lo que podía, mientras ella cada vez se sentía más agitada. Cuando puso el pavo en el horno, Lia tomó su celular para llamar a sus padres. Desde hace varios años esas fechas, que antes solían ser alegres, resultaban deprimentes, no solo para ellos, sino para cada familia que se encontraba rota, dividida por las incontables migraciones de sus miembros. En las calles de su amada Cuba ya no se escuchaba la música como antes, ni los vecinos reían mientras jugaban dominó. Su patria estaba triste, vacía, fragmentada; en cada hogar, el eco de una lágrima era lo único que conseguía romper el silencio. Hablaron por más de una hora, contaron viejas y nuevas anécdotas,  rieron, lloraron y, como era de esperarse, al colgar el teléfono, Lia quedó completamente devastada. Su única esperanza de alegría era Damir,  solo él sería capaz de borrar la tristeza de su rostro.

Amor como un sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora