Capítulo III

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Esa noche, luego de todas las bromas de David sobre Damir y el hecho de que hubiese estado en su casa, Lia no podía dar crédito a todo lo sucedido en las últimas horas. Realmente pensó que no conseguiría conciliar el sueño. Revisó su celular varias veces con la esperanza de tener noticias suyas, pero, cómo era de esperarse, no había nada.

Por supuesto que era él, lo supo desde que lo tuvo frente a ella. Lo hubiera reconocido a mil leguas de distancia: sus cabellos negros revueltos, su cuerpo esbelto, sus ojos rasgados y nobles; solo lamentó haberlo visto así, tan vulnerable. Recordó cada una de sus palabras y se avergonzó de la dureza con que le habló en varias ocasiones y él siempre respondió tan amablemente. «Es un ángel —pensó—. No, los ángeles no tienen desmayos en plena calle ni se agotan por exceso de trabajo. Solo es un ser humano que se exige demasiado y no se preocupa por él mismo. Pero es un ser humano hermoso.» Estos fueron sus pensamientos antes de quedarse profundamente dormida.

La despertó la alarma a las 6:00 y se levantó como una marioneta guiada por hilos invisibles. Hizo todo con la inercia cotidiana y se dispuso a la tarea más difícil de todos los días: levantar a David.

—David, son más de las 6:30, despiértate, arriba.

—Déjame un ratico más, porfa.

—Me voy a ir sin ti.

—¿Por qué eres tan mala? Así no se trata a los niños. Los niños tienen que dormir más de 8 horas diarias.

—Pues acuéstese más temprano entonces a partir de hoy, arriba, no lo voy a volver a decir.

—Está bien, mi general —respondió David levantándose y haciendo un saludo para enojar aún más a su madre.

Todo transcurrió normalmente durante el día con la rutina de siempre. En la tarde, luego de pasar por su hijo a la escuela, que también quedaba relativamente cerca, fueron a tomar una soda a un puesto artesanal, lo cual casi se había convertido en una costumbre para ambos. Cuando regresaban a la casa, se sorprendieron al ver un auto estacionado justo en frente de esta. David, al reconocerlo, exclamó:

—¡Madre mía! ¿Ese no es el auto de Damir?

—Sí, creo que sí. ¿Se le habrá quedado algo en casa? ¿Tú te fijaste bien? —respondió Lía tan atónita como su hijo.

Se acercaron muy despacio, tratando de actuar normalmente cuando, en realidad, estaban súper nerviosos e intrigados. Justo cuando iban llegando al sitio a donde estaba estacionado el carro, se abrió la puerta trasera de este y salió Damir imponente, todo vestido de negro. Hoy sí se parecía a él: el color negro resaltaba su piel blanca y las gafas de sol oscuras hacía imposible no mirar sus labios perfectos que esbozaban una cálida sonrisa. Lia tuvo que apretar los labios para que su boca no quedara abierta de par en par ante semejante visión. Damir hizo una leve reverencia diciendo:

—Les pido disculpas nuevamente por las molestias ocasionadas ayer y ruego me excusen por no dar noticias mías luego de haberme marchado. Cuando regresé del hospital no logré encontrar el papel con el número de teléfono y era realmente muy tarde para venir hasta aquí.

—No tiene por qué disculparse. ¿Cómo se siente? ¿Qué le dijeron los médicos? Me quedé realmente preocupada.

—Todo estaba bien en los exámenes, los doctores coincidieron con usted, realmente estoy trabajando demasiado, durmiendo poco y alimentándome mal.

—Odio tener que decir esto, pero se lo dije, se exige usted demasiado. ¿Desea pasar a la casa? —lo invitó Lia para intentar conocer el motivo real de su visita, porque estaba claro que no era ofrecer disculpas solamente.

—Hoy me es imposible aceptar, aunque confieso que me gustaría otro caldo como el de ayer, pero solo vine a invitarlos a una presentación que tendrá lugar mañana en el teatro. No es un concierto en solitario, solo una gala donde voy a estar como artista invitado, aquí están las entradas, no son en primera fila, pero son del palco central.

Lia se quedó paralizada sin saber qué decir. Siempre había soñado con ver a Damir en vivo y nunca, por un motivo u otro, lo había conseguido. David tuvo que responder en su lugar porque el cuerpo y la mente de su madre no lograban establecer contacto en aquel momento.

—Allí estaremos, muchas gracias —respondió David tocando con el codo a su mamá para que esta despertara del trance en el que se encontraba.

—Sí, muchas gracias, muy amable —fue todo lo que Lia consiguió decir.

Damir solo contestó con una sonrisa y una pequeña reverencia antes de subir a su auto y despedirse moviendo la mano. Lia miró a su hijo en cuyo rostro se había dibujado la sonrisa más pícara que puedan imaginar.

—Vaya, señora Lia. Ha sido usted invitada al castillo por el mismísimo príncipe azul —bromeó David con su madre.

—Deja de decir bobadas, vamos a entrar a la casa. Solo me preocupa una cosa: ¡no sé que voy a ponerme!

—Cómprate un vestido nuevo, no todos los días el mejor cantante del mundo te invita al teatro.

—Sí, tienes razón, me merezco un vestido nuevo y usted también un traje, jovencito. Vamos a salir de compras, pero esta vez iremos al centro.

Los dos salieron muy alegres, tarareando las canciones de Damir. Entraron a varias tiendas y compraron un pequeño traje para David hecho por una modista de la ciudad, no podían permitirse pagar otro. Lia no se decidía por ninguna ropa, unas las veía demasiado conservadoras y otras muy llamativas. Incluso buscó en Internet las presentaciones formales de Damir en su país para ver cómo iban vestidas las mujeres, pero nada. Cuando ya estaba decidida a regresar a la casa, encontraron una pequeña tienda de ropa al final de una calle y decidieron entrar. Una señora muy educada les dio la bienvenida y les preguntó si buscaban algo en específico.

—Un vestido para el teatro —contestó Lia.

—Creo que tengo lo que buscan, síganme, por favor. Puede escoger entre todos estos. Si hay que hacer algún arreglo también ofrecemos ese servicio, pues son confeccionados aquí mismo —dijo la señora muy orgullosa.

Los vestidos eran realmente hermosos, con adornos dorados y telas resplandecientes. Había varios modelos, pero hubo uno en especial que llamó su atención: uno rojo acampanado con un ligero escote y mangas cortas. Cuando se lo probó y se miró al espejó recordó a las quinceañeras de su país y no pudo evitar sonreír ante su reflejo. David, que refunfuñaba aburrido quedó boquiabierto cuando vio a su mamá:

—¡Mamá, estás preciosa!

—Se ve muy hermosa, ¿verdad? —dijo la señora de la tienda.

—Es el vestido que es realmente muy bonito. Creo que lo llevaremos —contestó Lia un tanto avergonzada.

Esa noche Lia durmió con una sonrisa en los labios, no sabía que encontraría alegría en estas frivolidades, nunca había sido ese tipo de mujer, pero se había sentido como Cenicienta cuando el hada madrina la vistió para el baile y eso le resultó divertido y extraño a la vez.

Amor como un sueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora