capítulo 26

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Kia miró a los presentes tratando de entender qué carajo acababa de pasar, pero todos tenían la misma mirada de incredulidad que él. Nunca había visto a Duncan perder los estribos de esa forma y más aún, cómo trató a los demás.

—Esto del amor apesta un poco —dijo cuando se levantó y se sacudió la ropa fuertemente.

—Jum, ni que lo digas —Kia alzó la mirada y arrugó el ceño, sorprendido de que quien le había contestado fuera su primo Athol, y más aún por la referencia al amor. Vio cómo Athol miraba la cabaña de Duncan para luego seguir su camino.

Alana no quería derrumbarse como lo hizo, pero sintió que todas sus emociones hicieron una bomba en su interior que tener a Duncan cerca solo hizo que esta estallara. Lo abrazó fuertemente y enterró su rostro en el cuello de él, mientras era cargada y llevada a la cabaña. Al mirar hacia atrás, su mirada se encontró con la de Athol y algo en esa mirada la sorprendió.

Duncan nunca en su vida se había sentido tan nervioso como ahora, simplemente no sabía cómo calmar a Alana. Así que cuando entró en la cabaña, la sentó con suavidad en uno de los muebles de la sala y se puso frente a ella.

—Preciosa mía, dime qué tienes —comentó en un susurro mientras con su mano derecha trataba de secar las lágrimas de Alana.

—Un tonto ser insignificante como yo no merece las lágrimas de una hermosa mujer como tú —comentó Duncan profundamente al ver cómo los sollozos de Alana se calmaban.

Alana, al ver a Duncan y su preocupación por ella, hizo que nuevas lágrimas salieran de sus ojos con más fuerza.

—Es mi presencia —escuchó que mencionó Duncan, a lo que ella negó y lo tomó de la mano.

—Si te vas, me pondré peor —dijo Alana entrecortada mientras un hipo se apoderaba de ella—. La verdad, no sé por qué estoy llorando, solo que me gustaron mucho las palabras que escribiste en aquella nota.

Duncan soltó un suspiro al escuchar a Alana y saber que no era por alguna acción suya que ella estaba en ese estado.

—Y si te gustaron tanto, ¿por qué llorar con tanto ahínco? —continuó Duncan.

Alana suspiró para calmar lo que sentía. Era la primera vez que se dejaba llevar por esas emociones.

—Pensé que mi presencia te agobiaba y que estabas conmigo solo por lástima —comentó Alana con la mirada baja—. Y esas palabras me llegaron al corazón.

Duncan sonrió y tomó la barbilla de Alana para que alzara la vista.

—Pensé que eso ya había quedado claro, o por lo menos tu amenaza fue contundente al respecto —comentó Duncan con jovialidad al recordar cómo ella lo abofeteó para luego amenazarlo sobre su comportamiento.

Alana sonrió y se ruborizó al recordar aquello.

—Realmente no sé si fue la abofeteada o la amenaza, pero decidí que no ocultaría lo que siento por ti, Alana —comentó Duncan acariciando el labio de Alana para luego acercarse a ella.

—Nunca había sentido esto por otra mujer, Alana. Si tú dejaras de amarme, me muero —comentó Duncan mientras besaba el cuello de Alana—. Cada pensamiento y cada latido de mi corazón están dedicados a ti. Soy tu esclavo, no por obligación, sino por el inmenso amor y devoción que siento por ti, mi compañera, mi amada, mi mujer —dijo Duncan mientras besaba con devoción a Alana.

Alana sonrió entre los besos de Duncan y esta vez ambos se entregaron, no con la fogosidad de la pasión, sino con la ternura y la paciencia de la devoción de dos cuerpos que se aman.

un día, una noche y una boda Donde viven las historias. Descúbrelo ahora