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Había una tranquilidad en el castillo que se sentía extraña, sin Rhaenyra ni Daemon no había mucho caos o movimiento de por medio. Pero esa luna llena de paz pasó muy rápidamente para Viserys, para Alicent fue eterna.

Realmente había pasado todas las noches de aquella luna en el lecho del rey, y eso era lo más mediocre que jamás imaginó que podía ser. Agradecía enormemente que la despachara luego de tener sexo, si es que a eso se le podía llamar así, porque sería peor si tuviera que dormir con ese intento de hombre.

Se sintió frustrada cuando, esa mañana, despertó en su cama con sangre. Una prueba de que su periodo había llegado, y por lo tanto una clara demostración de que no estaba en cinta. Y Viserys no dejaría de llamarla a su cuarto hasta que lo esté, aunque al menos tenía ese corto tiempo en el que, hasta que deje de sangrar, no pediría su presencia.

Según el último cuervo que había mandado Rhaenyra, estarían llegando la semana siguiente, básicamente unos días antes del torneo que Viserys venía planeando desde hace lunas. La mujer se preguntaba si realmente le importaban las fechas o si sólo quería una excusa para poder celebrar un torneo, un baile o tener un banquete. Lo segundo tenía más sentido, ya que en realidad no era la fecha exacta de su aniversario, pero debido al horrible tiempo frío que había hecho en ese tiempo, había decidido posponerlo.

Esa misma noche se recostó con el cabello suelto, sin tener que quedarse preparada para cuando su esposo la llamara, ese día no le debía una imagen perfecta a nadie. Aegon se había dormido hace unos pocos minutos así que ella podría hacerlo también.

Sintió claramente la sensación de la hierba contra sus pies descalzos, y cuando se hundió en el lago el frío del agua la golpeó. No quiso salir a la superficie cuando se dio cuenta de que, Daemon, probablemente estaría allí. Cada vez que sus sueños se sentían tan vívidos, se encontraba con que el príncipe compartía el sueño con ella.

Aunque sabía que la falta de oxígeno no era real, no tuvo más opción que comenzar a nadar a la superficie ya que no estaba soportando la sensación de asfixia.

—Deja de ignorarme —habló Daemon sentado en una gran roca a orillas del lago.

Daenys no sentía pudor de que la viera desnuda, lo que la incomodaba era su propia tentación que la hacía mirar el bien trabajado torso desnudo del príncipe. Estaba lleno de cicatrices y quemaduras que, a ella, la volvían loca. Si le preguntaban cómo debería verse un hombre, le saldría más rápido el nombre de Daemon que el de su esposo. O quizás el de Harwin.

—Deja de perseguirme —respondió la joven buscando su ropa en el suelo.

—Han pasado —hizo una pausa—, muchos días —terminó por decir al no saber cómo expresar el tiempo en sueños—. Te he pedido disculpas en cada una de esas veces. Veo que te gusta que te rueguen, pero esto es excesivo.

—Te disculpo por compararme con alguien más, alguien que no soy, te disculpo por decir que la prefieres a ella sea quien sea. Ahora deja de buscarme —habló mientras se ponía el pantalón. Hacía demasiado énfasis en que no eran la misma persona, porque temía que él descubriera lo mismo que ella, que eso era más que un sueño.

—Intento no pensar en ti, pero no puedo. Todo me trae a ti una y otra vez —mencionó con cierta molestia.

Eso la hizo estremecer, se puso la camisa de manera torpe, como si jamás se hubiera puesto una. Volvió su mirada a él y relamio suavemente sus labios, maldita sea, él se veía demasiado bien y sus palabras golpeaban fuertemente dentro de ella.

—Sé de tu fascinación por las doncellas de cabello plateado. Siento desilusionarte, pero no tengo ninguna inocencia por robar —advirtió sin saber qué más hacer para alejarlo.

PROFECÍA DE SANGRE Y FUEGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora