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Daemon no había soñado con Daenys desde que había presentado a sus Capas Doradas, eso fue hace casi una semana y estaba un poco irritado porque sentía que había sido eterno.

—Mi príncipe, le llegó un mensaje —avisó un maestre que le extendía un pequeño papel enrollado—. No reconocemos el sello.

Daemon miró la figura marcada en la cera, una «D» atravesada por una daga.

—No se preocupe, yo si lo hago. Retírese.

El hombre se marchó. Y apenas cerró la puerta de los aposentos del príncipe es que Daemon abrió el pergamino con ilusión. Estaba escrito en tinta en alto valyrio lo siguiente:

«Has hecho un interesante baño de sangre en la ciudad, el dorado en las calles se ve bien. Felicidades, te luciste.»

Era corta y concisa, pero era lo que tanto necesitaba. Una muestra de que Daenys era real, de que todo lo que pensaba tenía sentido y no estaba perdiendo la cabeza. Dado que sospechaba de que la Alicent que conocía y la de ahora no eran la misma, sino que ésta era Daenys fingiendo que no se veían en sueños, tuvo la necesidad de ir a ver a la reina.

En los aposentos de ella, Alicent había quitado el huevo de dragón del caldero que lo mantenía caliente y lo había dejado justo bajo el rayo de sol que entraba por la ventana. Esperó a que ya no le pudiera producir alguna quemadura a Aegon y, recién, dejó a su hijo en la alfombra frente al huevo.

—No es momento, Daemon, vete —advirtió sin quitarle la vista de encima a su hijo.

—Tu buen oído o instinto volvieron —mencionó el príncipe llegando tras de ella por la puerta secreta—. ¿¡Por qué sacaste el huevo!? ¡No debe enfriarse!

—Cierra la boca —mencionó ella calmada estirando su brazo para que él se detuviera—. Es un momento importante.

Aegon gateó hasta el huevo y puso sus manitas encima, en pocos segundos se escuchó un «crack» que hizo al niño taparse la boca con las manitas por la sorpresa. Acercó su rostro para ver qué había dentro y el pequeño hocico del dragón dorado le empujó la nariz. Aegon soltó una risita y el dragoncito hizo un extraño ruido que pareció ser lo mismo. Poco a poco el animal salió totalmente del huevo y comenzó a dar vueltas alrededor del peliplateado mientras lo olfateaba a la vez que Aegon le acariciaba las escamas.

—Tu tío tenía razón —mencionó Alicent arrodillandose a lado de su hijo—, es un increíble tiempo para los dragones.

—Yo no dije eso.

—Tú no eres su único tío —le recordó girándose a verlo.

—Pero si el mejor que tiene —aseguró sentándose frente a ellos—. ¿Crees que Gwayne podrá enseñarte a volar, niño? Claro que no. Así que piensa bien con quién te vas a juntar.

Y me reclamaba a mí de que Aegon no me podía responder, y él va hablándole así de todas formas.

Aegon se rió aunque no entendía ni media oración de lo que su tío decía. Gateó a su lado y le estiró los brazos a su dragón para que viniera también. El dragón olfateó a Daenys antes de corretear a brazos del niño. Era evidente que se había formado un vínculo indudablemente fuerte entre ellos.

Daenys se veía casi tan emocionada como su hijo, y Daemon no pudo pasar eso por alto. Verla así de feliz le hacía sentir cierto calor en el pecho. La joven miró al príncipe que hacía lo mismo, mantuvieron la mirada un largo rato, como si habría algún secreto que descubrir en los ojos del otro.

Quiero ésto. Quiero a Daemon conmigo.

Sintió un suave movimiento en su vientre, como si sus hijas lo hicieran para hacerle saber que estaban de acuerdo.

PROFECÍA DE SANGRE Y FUEGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora