PROFECÍA DE SANGRE Y FUEGO

[VII]

Gwayne subía las escaleras rumbo al cuarto de la torre que le correspondía a su padre como mano del rey. Tocó la puerta dos veces antes de que Otto le diera permiso de entrar.

—¿Sabes qué le sucede a tu hermana? —dijo molesto apenas la puerta estuvo cerrada.

—Padre, tienes que ser un poco más específico en tu pregunta —mencionó acercándose a él, quien estaba sentado en la silla junto a su escritorio.

—Supongo que todos saben, y eso te incluye a ti, que la princesa Rhaenyra y el rey tuvieron una discusión por el nuevo príncipe que viene en camino —comenzó a relatar la mentira que se había pactado desde antes—. Tu hermana se ha puesto del lado de la joven en vez del de su propio hijo por nacer. Y como si eso fuera poco me echó de sus aposentos cuando hablábamos del tema, ha pasado una luna desde ese día y ha ignorado por completo mis intentos de hablar con ella desde entonces.

—Ya no es la niña que era antes —habló aunque sabía que su respuesta no le iba a agradar a su padre—, y supongo que, como siempre, decidiste tratarla de manera dura...

—Espero que no estés juzgando cómo trato a mi propia hija. Es mi responsabilidad educarla como se debe.

—Ya tiene un esposo y un primogénito, ya no es tu responsabilidad ni tu derecho educarla. Mi hermana ya es una mujer adulta, es la reina, creo que al fin decidió dar el paso que debía dar, y tú deberías sentirte orgulloso de que no sea la niña que no podía valerse por sí sola ni hacerse respetar.

—Así que tú también estás de su lado —reclamó levantándose.

—No creo que darle la razón a ella o a ti signifique estar de un lado u otro, somos una familia, no hay lados. Mira, hablaré con ella, ¿sí? Para que no olvide que eres nuestro padre y debe respetarte, pero tú ten un poco de paciencia, no olvides que se pone sensible con el embarazo, uno que tú le exigiste.

—Es su deber como esposa del rey el dar herederos —le recordó.

—Y lo hizo. Le dio el heredero varón que la difunta reina Aemma no pudo y lo hizo en menos de un año. Es joven y su matrimonio es nuevo, tiene mucho tiempo para darle herederos, y aun así le exigiste otro más sin importarte lo que implica para ella.

—Gwayne —le advirtió su padre frunciendo el ceño para que se detenga.

—Sabes lo mal que pasó su primer embarazo, lunas de puro malestar, y sé que recuerdas muy bien esa noche tanto como yo lo hago —habló ahora sí molesto.

—Pensé que te había enseñado algo de decencia y no escuchabas tras las puertas.

—Empezaron a hablar antes de que me vaya, y supongo que entenderás que la vida de mi hermana es importante para mí. Los maestres presentaron a un vigoroso varón recién nacido mientras hablaban de que probablemente mi hermana no iba a sobrevivir más de unas horas, pero que agradecian que había dado a luz un niño, como si la vida de ella no importara, y tú ahora la haces quedar en cinta tan pronto como si tampoco te interesara.

—¡Alicent es fuerte! —replicó—. Contra el pronóstico de los maestres ella sobrevivió y su estado mejoró rápidamente. Sé que mi hija puede con todo ésto, sino no la podría en ésta situación, ¿crees realmente que soy tan frívolo como para no preocuparme de su vida?

—A veces lo pienso, padre.

—Crié a dos hijos malagradecidos. Si su madre los viera hoy...

—Ni siquiera la recuerdo y seguramente Ali tampoco —interrumpió antes de abandonar la habitación.

Habían perdido a su madre desde muy pequeños. Él, que era un par de años más joven que su hermana, sólo conocía su nombre por las pocas veces que Otto la recordaba. Sabía que su padre era alguien cerrado, que no compartía con nadie sus sentimientos, ni siquiera con ellos, y se preguntaba si con su madre habría sido diferente.  Aunque intentaba siempre recordar que el hombre no era específicamente malo (sino que guardaba todo lo que sentía) muchas veces lo olvidaba por completo y sólo podía ver el distante padre que tenían.