Capítulo 32

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Sentía un sudor frío corriendo por la espalda al mismo tiempo que sus pulmones se quemaban por el esfuerzo. La habitación donde se encontraba estaba en total oscuridad, por más que corría no encontraba una salida.

—¡Ayuda!

Se escuchó un grito.

No había nadie a su lado, pero sabía que esa otra persona estaba cerca. Quiso hablarle pero su boca no emitía sonido alguno.

—¡Venice, ayúdame!

Conocía esa voz.

Venice sintió su corazón acelerarse y corrió sin rumbo fijo. Gritó, o al menos lo intentó, pues su voz parecía no escucharse. La desesperación se instaló en su pecho como un bloque de concreto puro presionando con tanta fuerza que parecía querer matarlo.

—¡Venice, Venice! ¡Ayuda!

Estaba más cerca. Se escuchaba mucho más cerca.

Siguió corriendo hasta que frente a él apareció una luz. Mientras más se acercaba esa pequeña luz iba tomando más forma, pronto una puerta abierta se presentó frente a él. Al atravesar el umbral, la luz del lugar lo cegó un momento. La habitación era completamente blanca y estaba prácticamente vacía.

—Venice, viniste.

Frente a Venice había alguien. Y la imagen lo aterro.

Él estaba sobre el suelo envuelto en un charco de su propia sangre mientras sus temblorosas manos trataban de detener el sangrado masivo en su pecho.

Venice se arrodilló a su lado y lo tomó en sus brazos mientras gritaba por ayuda. Pero por más que gritó, nadie vino a su llamado. El frágil cuerpo en sus manos se sentía frío y demasiado ligero.

—Viniste.

Le sonrió el agonizante chico mientras un hilo de sangre resbalaba por sus labios.

— Cumpliste tu promesa. No me dejaste solo.

Venice trató de detener el sangrado con desesperación. Pero todos sus intentos fueron inútiles. El dolor, la tristeza e impotencia se derramaron por sus ojos. Lágrimas gruesas y saladas caían como una lluvia torrencial.

—Mi Venice...

La última palabra fue susurrada con una pertenencia atroz mientras sus ojos se cerraban para no volver a abrirse nunca más.

Venice lloró sin poder controlarse, gritó aún más fuerte a pesar de que nadie lo escuchaba y abrazó el cuerpo frío de él entre sus brazos con el deseo de perecer a su lado.

Venice.

Él lo había llamado.

Venice, viniste.

Él le había sonreído.

Mi Venice.

Fue un juramento.

Su voz estaba en todas partes.

Venice. Venice. Venice. Venice.

—Venice, despierta.

La sacudida fue tan fuerte que el chico casi brincó fuera de la cama. Su respiración seguía agitada y su vista estaba un poco borrosa.

Venice trato de entender dónde estaba. Miró a su alrededor y vio a las personas frente a él. Su familia. Estaba en casa, en su habitación, con su familia.

—Hijo, solo fue un mal sueño. —las cálidas manos de su papá peinaban sus cabellos húmedos por el sudor. —No pasa nada. No llores más, estamos aquí.

𝐇é𝐫𝐢𝐭𝐢𝐞𝐫𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora