Capítulo 11

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Kim no entendía la razón de que se le acumulara una cantidad abrumadora de documentos sin revisar a su hermano. El escritorio tenía una pila de archivos que, sabía, Kinn no había ni siquiera visto. Entendía que tenía una vida fuera del trabajo pero sí seguía de esa forma todo se vendría abajo. Suspirando tomó asiento y empezó a leer, los documentos que necesitaban la firma de su hermano los colocó en el primer cajón, los más importantes sobre el escritorio y los que decidió que no eran útiles fueron directo a la papelera. Pronto el menor de los tres hermanos había logrado bajar significativamente el número de archivos pendientes, así dejando una tarea menos a Kinn.

Un ruido en el pasillo hizo que Kim rompiera su concentración y fijara su vista al frente. El sonido de pequeños pasos y un golpeteo suave en la puerta delataron al intruso.

—Tío, ¿estás ahí? —la voz de Venice era tierna, aún tenía ese tono dulce que caracteriza a los niños. —Tío, me lastimé.

Los ojitos oscuros chocaron con los contrarios, el rastro de lágrimas en ellos, y las palabras del pequeño, alertaron de inmediato a Kim. Sin esperar a que dijera otra cosa fue directo a Venice.

—¿Qué pasó? ¿Dónde te lastimaste?

A primera vista parecía que todo estaba bien.

—Aquí. —levantó su manita y, en su dedo índice, pudo observar un corte mínimo. —Me lastimé con el avión de papel. Quería intentar hacerlo como el tío Macao pero no pude. Solo... Duele. — Las sonrojadas mejillas pronto se inundaron de lágrimas. —Mami siempre me da un besitos y ya no duele. Quiero a mi mami.

Ciertamente, y para sorpresa de todos, Venice se había comportado muy bien y este era el primer inconveniente que tenía el niño desde que sus padres se marcharon ayer.

Kim cargó a Venice y lo sentó en el sofá. El adulto no era bueno consolando a las personas, mucho menos a los niños, pero sabía que todos tenían que desahogarse un poco así que sin decir una sola palabra, y dándole su espacio al pequeño para que llorara, fue al gabinete donde sabía que estaba el botiquín, después de unos minutos regresó y se sentó frente a él.

—Déjame ver. —con delicadeza limpió la herida de su sobrino y colocó una bandita. —Listo, ya quedó.

Venice sorbió sus mocos y estiró su dedito vendado hacía el rostro del mayor.

—Besito de rana.

Kim maldijo en su mente, Pete había inventado el estúpido "besitos de rana" que sanaba las heridas como una medida desesperada cunado a Venice le empezaron a poner vacunas, y había funcionado de maravilla. También sabía que su sobrino era mucho más terco que cualquier persona que ha conocido así que no iba a desistir de la idea. Resignado dejó un beso sobre la manita, Venice sonrió y un alivio desconocido se extendió por todo el cuerpo del mayor.

—Ya casi no duele, tío. Gracias.

Todo sobre Venice intrigaba a Kim, no entendía la magnitud de su existencia ni lo poderosa que era. El niño había logrado unir a personas que Kim jamás hubiera creido que pudieran siquiera saludarse sin la ferviente necesidad de apuntarse con un arma. Algo había en él, algo que maravilló a todos en la familia, solo que Kim aún no descifraba que era. Tal vez era todo o simplemente nada. De cualquier forma, el pequeño Venice tenía poder y control absoluto sobre todos, eso es algo que el adulto tenía muy claro, y por supuesto, no era la excepción.

—¿Por qué no estás durmiendo todavía? —preguntó con curiosidad él mientras miraba con interés al pequeño pelinegro.

—No tengo sueño. Todos los demás se durmieron, así que intenté hacer un avión de papel para jugar solo, pero no pude y luego vine.

𝐇é𝐫𝐢𝐭𝐢𝐞𝐫𝐬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora