CATORCE

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La relación que llevaba con Dalia desde la primera vez que nos besamos era algo como de amigos con derecho. Siempre que nos reuníamos, terminábamos besándonos. Los dos no nos arrepentíamos de lo que hacíamos. Aunque a mí sí me remordía un poco la conciencia, pero, aun así, seguí mi aventura con Dalia. Siempre nos poníamos a recorrer los callejones solitarios de la ciudad, lejos del centro.

Se podría decir que yo aplicaba la misma rutina que hacía con Zora. Primero hablábamos y después pasábamos a los besos. La única diferencia era que con Dalia las conversaciones eran un poco más intensas, en el sentido de que hablábamos de temas como el sexo.

Cuando yo iba a la secundaria, tuve varios amigos que me hablaron de su primera vez. Al principio pensé que en la primera relación que tuviera en mi vida, el sexo sería obligatorio. Pero honestamente si las chicas no me daban una oportunidad aun cuando yo las quería, mucho menos para que tuvieran sexo conmigo.

Con Zoraida solo una vez hablé sobre sexo y fue algo incómodo para mí porque nunca había hablado con una chica sobre ese tema, pero con Dalia esa incomodidad se fue. A ella en algunas ocasiones muchos chicos le propusieron tener relaciones sexuales. Dalia me dijo que nunca le interesó tener sexo con patanes. De hecho, ella quería perder la virginidad hasta el matrimonio, pero también en su mente existía el pensamiento de que el sexo se podría dar antes –uno nunca sabe–.

Una vez que Zora y yo estuvimos a solas en mi hogar, yo intenté besarla en medio de su pecho. Comencé besando sus labios, luego bajé a su cuello y al final me acerqué a su pecho. Ella se hizo para atrás y yo me sentí incómodo. Tuve que inventarle una excusa. Quizás la creyó o quizás no me dijo nada solo por no querer tocar el tema.

Otro día pensé que mis manos al rodearla por detrás de su espalda, alcanzaron parte de sus glúteos. Al preguntarle si había sido verdad, se molestó y me dijo que ella jamás me permitiría hacer eso. Y yo me sentí muy incómodo en ese momento.

Así como me preguntó si le robaría un beso, Dalia también me preguntó que sí tendría sexo con ella. Obviamente si me hubiera gustado tener mi primera vez con una de las chicas con mejor cuerpo en la preparatoria, pero eso lo consideré ir más lejos en mi aventura. Mi respuesta a su pregunta fue un sí. Le pregunté lo mismo y su respuesta fue la misma, solamente que me dijo que lo haría conmigo si los dos fuéramos novios y no una simple aventura.

Antes de la navidad fue el bautizo de un primo mío, hijo de un tío lejano. Un día antes del bautizo invité a Zoraida a esa celebración, pero su madre se puso en contra mía. La señora Mónica no le dio permiso a su hija de acompañarme. Ni siquiera le explicó a su hija los motivos de su respuesta negativa. Me molesté mucho con Zoraida que esa fue la segunda vez que en mi mente se hizo presente el pensamiento de terminar con ella. Incluso a mi pensamiento lo acompañó la idea de dejar a Zora para estar con Dalia. Comencé a despedirme de Zoraida, pero ella me rogó para que no tomara esa decisión. Reflexioné sobre la situación que estaba pasando y me puse más tranquilo.

A la mañana siguiente ella y yo arreglamos las cosas. Al final su madre si le otorgó permiso para acompañarme al bautizo, pero yo le dije que no quería su compañía porque a pesar de haber hablado y haber arreglado las cosas, aún me sentía molesto con ella.

El bautizo estuvo muy aburrido. Soy de esos jóvenes en la familia que no les interesa asistir a sus reuniones ni convivir con ellos. Tomé unas cuantas copas de whisky y cuando dieron las 6 de la tarde recibí un mensaje de Dalia. Me dijo que estaba en el zócalo y que quería verme. A mi madre le dije que me iría a casa. Ella se quedó más tiempo en la fiesta ya que le encantaba mucho convivir con la familia.

Llegué al zócalo en un taxi. Encontré a Dalia afuera del trabajo de su madre.

–¿A dónde vamos? –Me preguntó.

LA SOMBRA QUE PRODUCE NUESTRA LUZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora