VEINTITRES

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Un domingo de enero visité a Zoraida a su hogar, pero esta vez ella no me invitó a pasar a su casa, sino que nos quedamos sentados en el escalón de su puerta. Ese día ella me pidió un consejo para la siguiente etapa de su vida: La universidad.

Desde el mes de octubre, ella empezó a ver las 3 carreras que le llamaban la atención. Lo primero que tenía que ver era las universidades que tenían esas tres carreras. Desafortunadamente en Taxco solo hay una universidad y no tenía la carrera que le interesaba a Zoraida.

Esa noche de enero ella me confesó algo que al parecer no quería que yo supiera.

–En la Ciudad de México hay muchas universidades –En ese momento las siguientes palabras que salieron de su boca las dijo en un tono muy bajo que apenas llegué a entender–. Quizás cuando viva allá pueda encontrar...

Ella se dio cuenta de lo que había dicho y entonces se apartó de mí.

–Espera –Le dije tomándola de sus hombros–, ¿Qué dijiste? –Ella solo me miró a los ojos y no dijo nada–, ¿Te iras a la ciudad de México?

En ese instante ella asintió con la cabeza y en sus ojos pude ver que las lágrimas estaban a punto de brotar. Lo único que se me ocurrió hacer en ese momento fue abrazarla y ella como de costumbre, pegó su rostro con mucha fuerza a mi pecho y ahí lloró en silencio. Me puse a imaginar cómo sería mi vida sin ella en la misma ciudad. Ese pensamiento me hizo derramar lágrimas y también mi mente dio una vuelta por el futuro. Imaginé como sería el día en que nos despediríamos. Decidí ignorar mis pensamientos y dejar de pensar en el futuro que aún no estaba escrito y entonces con mucho cuidado despegué a Zoraida de mi pecho. Primero sequé mis lágrimas y después las de ella.

–Yo sabía que existía la posibilidad de que tú te fueras a vivir con tu padre. No me molesta esto porque sé que desde hace un año que no estas con tu padre, solo has querido estar con él de nuevo, ¿Es muy seguro que vayas a vivir con él?

–Pues mi mamá apenas lo está decidiendo, pero creo que al final si lo haremos.

–Y si tú te vas, ¿Seguiremos juntos?

–Eso depende de ti.

–No solo depende de mí, también depende de ti. Tu bien sabes que yo quiero mi vida a tu lado.

–Tú ya sabes que no me gusta pensar en el futuro.

–Entonces dejaré que el futuro llegue.

–Yo siempre te he dicho eso y no lo haces.

–Ahora si lo haré –Le di un pequeño beso–, ¿Sabes que más haré?

–No lo sé, dime –Respondió con curiosidad.

–Aprovecharé el tiempo que me queda a tu lado.

–Lo aprovecharemos –Me dijo con una sonrisa en su rostro y después me besó.

–Claro que lo haremos.

Por más tranquilo que dije esas palabras, a mi mente llegó de nuevo el pensamiento sobre el día en que me despidiera de ella; El día en que mi felicidad se iría a varios kilómetros de distancia, pero mientras los dos nos amáramos, la distancia sería algo insignificante para nuestro amor y nuestra vida.

En el mes de febrero noté algunos cambios con Zoraida, cambios que nunca había visto en ella, por ejemplo: Ya no me hablaba lindo ni románticamente como solía hacerlo, ni siquiera por mensajes de texto. Tampoco le nacía decirme un te amo o cualquier cosa linda, además de que yo ya no recibía ningún detalle hecho por sus propias manos. Eso me preocupó mucho, así que un día le pregunté acerca de sus cambios y eso llevó a que tuviéramos una discusión. Ella pensó que yo quería obligarla a cambiar. Yo lo único que le pedí fue que volviera a ser la misma chica de antes, la chica que regresó a mi lado y que me volvió a enamorar.

LA SOMBRA QUE PRODUCE NUESTRA LUZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora