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De nuevo sobre su moto, Uzumaki condujo hasta la casa de Hinata Hyūga

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De nuevo sobre su moto, Uzumaki condujo hasta la casa de Hinata Hyūga. En el bar del pueblo le habían confirmado que Akatsuki estuvo aquel viernes jugando una partida y que cuando se marchó, a eso de la una de la madrugada, iba muy borracho. 

Esos datos ni lo incriminaban, ni lo exculpaban; en realidad, el forense no había sido muy concreto respecto a la hora de la muerte. En algún momento entre el viernes por la tarde y el sábado por la mañana, había dicho, y eso era un periodo de tiempo demasiado amplio para el gusto de Naruto.

El policía aparcó la Honda junto a una furgoneta rotulada con el nombre de una empresa de alarmas. Frente a la puerta principal, un individuo que debía ser el cerrajero se afanaba sobre la cerradura. Naruto entró sin llamar y escuchó la voz de Hinata por la zona de la cocina, al instante, sintió una ráfaga de deseo y se llamó al orden, furioso consigo mismo.

—¡Buenos días!

Hinata se volvió hacia él, sobresaltada. Llevaba puestos todos los pertrechos de su disfraz para pasar desapercibida: moño apretado, gafas de concha que ocultaban sus preciosos ojos grises, sudadera holgada de alguna universidad americana, vaqueros y zapatillas de deporte. 

A pesar de ello, Naruto sintió unas ganas intensas de acercarse a ella de dos zancadas y arrojarse sobre sus labios. Por fortuna, el hombre que estaba a su lado lo saludó en ese momento y Naruto recobró la cordura en el acto.

—Qué tal, Uzumaki, ¿Cómo va?

—Hola, Sora. Ya ves, buscándote clientes —los hombres se propinaron unas amistosas palmaditas en la espalda.

—Le comentaba a la señorita Hyūga que al vivir tan aislada le interesa estar conectada a una central receptora de forma que, si salta la alarma, se pongan en contacto con la policía cuanto antes.

—Estoy de acuerdo, Señor Sora, lo malo es que en esta zona tan solo hay un cuartel de policía para no sé cuántos pueblos —repuso Hinata con una de esas sonrisas impactantes que, a juicio de Naruto, dirigía a todo el mundo excepto a él—. No sé si será muy efectivo.

—Menos es nada —terció Naruto—. Le aconsejo que haga lo que Sora le dice, señorita Hyūga, es un experto en seguridad. Incluso trabaja para nosotros, la policía, ¿puede haber mejor carta de presentación?

Sora soltó una carcajada, pero a Hinata no le hizo mucha gracia la intervención del inspector. A ella le había sonado algo así como: «Tranquila, muñeca, no agobies tu cabecita hueca con estas cuestiones difíciles, nosotros los hombres nos ocuparemos de todo». 

Hinata se dio cuenta de que los ojos azules la examinaban, maliciosos, como si Uzumaki hubiera adivinado el efecto que sus palabras habían tenido sobre ella. Decididamente, se dijo, aquel policía era un hombre irritante. Atractivo, eso sí, con su revuelto cabello rubio y su magnífica figura, pero no por ello menos insoportable.

—Venga conmigo —Uzumaki agarró su brazo y la sacó de la cocina casi a rastras.

—Inspector Uzumaki, puede soltarme ya. Soy muy capaz de andar sola sin caerme.

Protege mi OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora