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En el interior de las galerías la oscuridad era total y el frío intenso traspasaba el jersey y la fina camisa de Hinata

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En el interior de las galerías la oscuridad era total y el frío intenso traspasaba el jersey y la fina camisa de Hinata. La joven avanzaba con lentitud, palpando las frías paredes de los estrechos pasillos que se bifurcaban a menudo. 

Trataba de memorizar en su mente la dirección que tomaba cada vez que torcía, pero no sabía si algún día sería capaz de encontrar de nuevo la salida. Sin embargo, la cuestión ahora era alejarse lo más posible de su perseguidor. Cada vez cojeaba más y el dolor en su tobillo empezaba a ser insoportable pero, a pesar de todo, siguió andando. 

Después de un tiempo que se le antojó interminable, Hinata se apoyó contra una de las húmedas paredes y, agotada, se deslizó hasta el suelo y envolvió sus piernas con los brazos. Estaba helada y muy asustada, le aterrorizaba la oscuridad, pero aún le daba más miedo el hombre que la buscaba ahí fuera.

Sus dientes castañeteaban sin que ella pudiera evitarlo, así que apretó aún más los brazos alrededor de sus piernas y rogó a Dios que su perseguidor no la descubriera. Sin saber por qué, se encontró pensando en Naruto, en su último encuentro, en la forma en que la había amado aquella noche en la pequeña cama del cuarto de Sumire. 

De pronto, una idea chocante se abrió paso en su cerebro: si Shino la encontraba, ya no podría decirle nunca que lo amaba.

Ese pensamiento la dejó tan estupefacta, que hasta el temblor de su cuerpo cesó de golpe. ¿Lo amaba?, se preguntó. ¿A ese hombre que disfrutaba cuando la hacía perder los estribos? ¿Qué a menudo era rudo con ella y la hería con su lengua viperina? 

¿A ese hombre que, en cuanto bajaba la guardia, la trataba con una delicadeza y una ternura inmensas? La situación límite en la que se encontraba atrapada no le permitió seguir engañándose y, por segunda vez en menos de un minuto, lo reconoció.

Estaba perdidamente enamorada del arisco policía.

Y al lado de lo que sentía por él, se vio obligada a admitir que su amor por Kiba había sido un sentimiento romántico y puro entre dos adolescentes que, si no hubiera sido por la violenta muerte del muchacho, se habría desvanecido suavemente con el paso del tiempo. 

En cambio, lo que sentía por el inspector estaba muy lejos del idílico amor de los cuentos de hadas; era un amor adulto por completo, entre dos personas que sabían bien lo dura que podía llegar a ser la vida. 

A pesar de que hacía pocos meses que se conocían, Hinata tenía una idea muy clara de los numerosos defectos y de las virtudes —no tan numerosas y, a menudo, bien escondidas en lo más profundo de ese poderoso pecho— de ese rubio cascarrabias, y estaba convencida de que cualquier relación entre ellos no sería una historia plácida y edulcorada al estilo de «fueron felices y comieron perdices». 

Sin embargo, había una cosa de la que también estaba segura; lo que fuera que hubiera entre ellos no sería algo rutinario y convencional, sino una especie de gigantesca montaña rusa con esas bajadas y subidas vertiginosas y trepidantes, que te ponían la carne de gallina y te hacían gritar de gozo.

Protege mi OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora