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Apenas hacía diez minutos que la furgoneta del colegio de los niños se había marchado, cuando dos coches, sin ningún tipo de distintivo o identificación, aparecieron en el camino a toda velocidad con los neumáticos salpicando grandes terrones de b...

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Apenas hacía diez minutos que la furgoneta del colegio de los niños se había marchado, cuando dos coches, sin ningún tipo de distintivo o identificación, aparecieron en el camino a toda velocidad con los neumáticos salpicando grandes terrones de barro en todas las direcciones. 

Ambos vehículos se detuvieron frente a la entrada de la casa con un aparatoso chirriar de frenos. Las puertas se abrieron y dos hombres descendieron de cada uno de ellos con rapidez.

Naruto apoyó el dedo en el timbre hasta que la puerta se abrió y apareció Hinata al otro lado con una mirada interrogante. Al ver al inspector, que lucía su expresión más adusta, y a tres hombres más detrás de él, la joven supo que algo iba rematadamente mal.

—¿Qué ocurre? —trató de que su voz sonara calmada, pero Naruto advirtió que estaba asustada. Muy asustada.

—Déjanos pasar, Hinata. Tenemos una orden de registro.

Hinata sintió como si un puño enorme apretara su estómago, pero se hizo a un lado y los dejó pasar sin protestar.

—No sé a qué viene lo de la orden de registro. Nunca te he puesto ninguna traba para entrar en esta casa —su tono era suave, a pesar de que lo que más le hubiera gustado en ese momento habría sido cerrarles la puerta en las narices.

—Hoy es diferente —respondió Naruto con sequedad, sin que su rostro impasible traicionara ninguna de las numerosas y contrapuestas emociones que se agitaban en su interior.

—Hinata, ¿Qué ocurre? —preguntó Kawaki bajando los escalones de dos en dos, mientras se abrochaba el cinturón de los vaqueros. Acababa de ducharse cuando oyó el alboroto y ni siquiera le había dado tiempo a ponerse la camiseta que llevaba colgada sobre el hombro.

—Tranquilo, chico, siéntate aquí —uno de los agentes lo agarró del brazo y lo llevó en dirección a la banqueta del recibidor. Kawaki se revolvió tratando de liberarse, pero el hombre era mucho más fuerte que él y le dijo amenazador—: Estate quieto, chico, o será peor para ti.

—Ustedes dos, vayan a la segunda habitación a la derecha y regístrenla de arriba abajo. Tú, quédate aquí y vigila al muchacho —ordenó Naruto a sus hombres, al tiempo que agarraba el brazo de Hinata y la arrastraba hasta el salón. La metió dentro y cerró la puerta a sus espaldas y luego se volvió hacia la joven, que lo miraba entre asustada y desafiante.

—Dime de una vez qué está pasando. ¿Por qué has dicho a tus hombres que registren la habitación de los chicos? —Naruto admiró el control que Hinata ejercía sobre sí misma. Notó cómo temblaban sus manos, sin embargo, ella lo miraba a los ojos y se dirigía a él en un tono firme y seguro que le impresionó.

—Siéntate, ¿quieres? —le dijo el policía tratando de suavizar su tono autoritario.

—No quiero sentarme. Dime qué demonios están buscando y luego pueden largarse todos de mi casa con viento fresco —a pesar de sus intentos de mantener la calma, la rabia que sentía ante lo que consideraba un atropello estaba ganando terreno.

Protege mi OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora