CAPÍTULO 24

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21:10

La noche es fría y tranquila. La casa está en silencio, salvo por el sonido de la batidora mezclando la masa de galletas.

Me encuentro sola en la cocina, tratando de mantenerme ocupada para no pensar en Milo y en la carta que le escribí. Alex se ofreció a entregarla y lo hizo, dejándola en el buzón de Milo. Ahora, solo queda esperar.
Me detengo por un momento, mirando la masa y recordando cómo a Milo le encantaba robar pedacitos cuando pensaba que no me daba cuenta. Una pequeña sonrisa aparece en mis labios al pensar en esos momentos felices.

La masa está lista y empiezo a formar las galletas. El proceso es terapéutico, pero mi mente sigue volviendo a los recuerdos compartidos con Milo. Cada detalle de nuestra historia parece tener una conexión con lo que estoy haciendo ahora: la primera vez que horneamos juntos, cómo discutimos sobre si las galletas debían tener chips de chocolate o nueces, y las risas que siempre acompañaban esos momentos.

De repente, escucho un ruido proveniente de la puerta de atrás. Me detengo, con el corazón latiendo con fuerza. La puerta se abre lentamente, y contengo la respiración. Mi primer pensamiento es que podría ser algún intruso, pero al ver la figura que entra, siento un alivio mezclado con ansiedad.

Me encuentro con esos ojitos grises que tanto me gustan.

Es Milo.

Se queda allí, enmarcado por la luz de la luna que entra por la puerta abierta. Me mira, y por un momento, no sé qué decir.

Siento un nudo en la garganta mientras él cierra la puerta detrás de él y se acerca lentamente.

—Milo... —digo, mi voz temblando un poco.

Él asiente, sus ojos reflejando una mezcla de emociones.

—Leí tu carta, Demi. — Su voz es suave, pero cargada de significado.

Un silencio incómodo se instala entre nosotros mientras nos miramos, intentando descifrar los pensamientos del otro. Finalmente, él rompe el silencio.

—Lo siento —dice, acercándose más —. Siento haber sido distante y no haber hablado contigo. Siento haber estado con Elisabeth de nuevo. Fue un error, y quiero arreglarlo. Los dos hemos hecho las cosas mal.

Las lágrimas empiezan a llenar mis ojos mientras siento una oleada de alivio y esperanza. Milo da otro paso hacia mí, y antes de que me dé cuenta, me está abrazando. Es un abrazo tierno y lleno de disculpas no dichas.

—Yo también lo siento, Milo. —Murmuro contra su pecho—. Te echo mucho de menos.

Nos quedamos así por un momento, disfrutando de la cercanía que habíamos perdido. Finalmente, él se aparta un poco y me mira a los ojos.

—¿Podemos intentar de nuevo? —pregunta, su voz llena de vulnerabilidad —. ¿Podemos darnos una segunda oportunidad?

Asiento, sin poder contener una sonrisa.

—Sí, Milo. Quiero intentarlo.

Él me besa, y el beso se vuelve más apasionado, cargado de todo el anhelo y el amor que hemos sentido el uno por el otro.

Nos movemos hacia la encimera de la cocina, sin romper el beso, y siento cómo su necesidad de mí se iguala a la mía por él.

Me levanta y me sienta en la encimera, y nuestras manos empiezan a explorar los cuerpos que tanto hemos extrañado.

Nos tocamos con ansia por encima de la ropa.

Levanto mis brazos para que Milo pueda quitar mis prendas de ropa, mientras besa cada centímetro de mi piel.

Sus manos tiemblan y le cuesta quitarme el sujetador.

—¿Estás bien, Milo?

Él asiente, tembloroso.

Paso mis manos por debajo de su camiseta. Toco sus marcados abdominales, mientras que él consigue desabrochar mi sujetador.

Toca mis pechos, los aprieta y pellizca mis pezones. Se ponen erectos al instante.

Me deshago de sus prendas de ropa rápidamente.

Truenos suenan en el exterior y rayos caen acompañándolos.

Segundos después, un gran diluvio nada esperado aparece.

Fuera hace frío, pero parece que mi cocina está en llamas.

Mi corazón late aceleradamente y también puedo escuchar el suyo, ya que está en las mismas condiciones.

Milo moja sus labios y reparte besos húmedos por mi cuello. El contacto de su boca con mi piel es realmente suave. Muy suave.

Está dispuesto a saborear cada parte de mi cuerpo.

Las yemas de mis dedos se deslizan hasta llegar a los boxers de mi chico.

Meto ambas manos debajo.

Saco las manos, pero tiro del calzoncillo gris hasta que queda por la altura de sus rodillas.

Él termina de quitárselos.

Luego coje los laterales de mi tanga negro y lo desliza por mis piernas.

Escasos segundos después de decir eso, atrapa unos de mis pezones con sus dientes y yo suelto un gritito.

Baja sus grandes manos por los laterales de mi torso hasta llegar a las caderas.

Me mira y veo que sus ojos ya no parecen tan claros, porque sus pupilas están muy dilatadas.

Se acomoda bien entre mis muslos y, de un empellón, entra en mí haciendo que arquee mi espalda.

Rodeo sus caderas con mis piernas.

Nuestros cuerpos se unen, y la encimera de la cocina se convierte en testigo de nuestra reconciliación. Todo el dolor y la tristeza parecen desvanecerse, reemplazados por el amor y la conexión que nunca desaparecieron del todo.

Suelto un pequeño jadeo.

Sus embestidas son rápidas y duras. Él resbala perfectamente en mi interior.

Se mueve de adelante hacia atrás y a mí me menea a su antojo.

La cocina se llena del sonido de nuestros suspiros y gemidos mientras nos dejamos llevar por la pasión. Cada toque, cada caricia, es una promesa de un nuevo comienzo.

Milo se inclina hacia delante para morder el lóbulo de mi oreja.

Araño su espalda, sus hombros y sus brazos.

Él suelta pequeños gruñidos.

Mis ojos se humedecen y comienzo a temblar.

Después, nos quedamos allí, abrazados y respirando juntos, sabiendo que esta segunda oportunidad es solo el comienzo de algo aún más fuerte y hermoso entre nosotros.

InefableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora