Amar a Niragi era como bailar en el filo de una navaja: emocionante y mortal, donde cada paso prometía tanto éxtasis como dolor.
«El era el fuego que la quemaba, mientras ella era
la ceniza que aún se aferraba al viento».
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
"La Playa" era el nombre que Kuina había dado al lugar donde se estaba hospedando. Sin embargo, el sitio distaba mucho de ser una playa real. De hecho, se trataba de un lujoso hotel de cinco estrellas, un lugar que conocía bastante bien, ya que era el mismo al que mi madre solía llevar a sus clientes más adinerados.
Así que tampoco es que me moría por estar allí, pero la chica había insistido.
—Quédate con la carta que ganamos, al sombrerero le sorprenderá bastante y dejará que te quedes de inmediato.
Me dijo antes de que llegáramos, mientras me tendía el naipe. Porque sí, así funcionaba el mundo aquí: ganabas los juegos y te daban cartas, como las de un mazo de póker. Aunque solo el más rápido se quedaba con la carta, y esta vez habíamos sido nosotras.
Claro, yo había hecho poco y nada por sobrevivir; al fin y al cabo, ella tenía razón: iba a necesitar ayuda.
No era buena en nada de lo que ella había mencionado. No tenía la inteligencia ni la destreza física que ella había demostrado. Comenzaba a aterrarme la idea de que realmente no tenía mucho que ofrecer en este mundo.
Durante toda mi vida, lo único en lo que había sido buena era en el ballet. Pero lo había dejado cuando mi madre murió, prometiéndome a mí misma no volver a recordar esa época.
Y, la verdad, el ballet no me iba a servir de mucho aquí.
Así que, en tres días, que era el tiempo que Kuina había dicho que nos quedaba antes de que el rayo láser nos atravesara, tendría que volver a jugar. O más bien, volver a enfrentarme a la muerte.
Dios, tenía tantas ganas de abrir los ojos y despertar de esta pesadilla. Deseaba con todas mis fuerzas sentirme nuevamente entre los brazos de Niragi. Anhelaba poder apoyar mi cabeza en su pecho y descansar allí, como solía hacerlo después de un día agotador.
Parecía que había pasado una eternidad desde que el mundo se había vuelto extraño, aunque en realidad solo había transcurrido un día.
—Recuerda, el sombrerero tiene sus reglas. Pero di que si a todo —dijo Kuina, su voz un susurro apenas audible mientras caminábamos.
Sus palabras resonaron en mi mente mientras caminábamos por uno de los pasillos. Aunque el lugar me traía recuerdos incómodos, sabía que debía concentrarme en sobrevivir.
Asentí, tratando de absorber su confianza. No me sentía capaz de enfrentarme a lo que venía, pero no tenía otra opción. Caminamos juntas hacia el ascensor, el reflejo de nuestras figuras en las puertas metálicas me mostró una versión de mí misma que apenas reconocía: pálida, con ojeras profundas y una expresión de constante alerta.
El ascensor subió lentamente, cada piso marcado con un suave ding que parecía resonar en mi cabeza. Cuando finalmente se abrieron las puertas, nos recibió otro pasillo extravagante, decorada con un lujo que solo servía para acentuar mi sensación de alienación.