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Chishiya y yo estábamos de pie frente a la entrada imponente de la prisión estatal de Tokio, y sobre nuestras cabezas flotaba el dirigible con la bandera de la J de Corazones. Era una advertencia clara del tipo de juego que nos esperaba dentro. La atmósfera estaba cargada de una tensión tan densa que casi podía sentirla en la piel, pero cuando miré hacia Chishiya, él parecía tan tranquilo como siempre, evaluando la situación con esa calma impenetrable que me ponía de los nervios. Llevábamos más de media hora debatiendo, pero para mí la decisión era obvia.

—Ni de broma voy a entrar ahí —dije, cruzándome de brazos con firmeza, sin apartar la vista de esa prisión que parecía un monstruo hambriento esperando devorarnos.

Chishiya solo se encogió de hombros, esbozando una ligera sonrisa, como si la prisión y el dirigible no fueran más que un pequeño inconveniente en su día.

—Es solo un tonto juego —respondió, como si estuviéramos hablando de una simple partida de cartas y no de una trampa mortal.

Lo fulminé con la mirada, sintiendo cómo la frustración subía por mi cuerpo. Siempre había admirado lo listo que era, pero en ese momento lo encontraba increíblemente obstinado, hasta ridículo.

—Siempre eres tan inteligente, pero ahora pareces un idiota —solté, dejando que el sarcasmo impregnara mis palabras—. ¿No te das cuenta de que si entramos ahí juntos, no saldremos con vida los dos? Es un juego de corazones, Chishiya. ¿Sabes lo que hacen en esos juegos? Juegan con los sentimientos de las personas.

Chishiya levantó una ceja, claramente divertido por mi reacción. Sus ojos tenían ese brillo que siempre aparecía cuando algo le parecía interesante o entretenido, como si mi frustración fuera parte de un experimento.

—¿Entonces eso significa que sientes algo por mí? —preguntó, con ese tono relajado que parecía hacer que todo lo que decía sonara a una observación trivial.

Puse una cara de asco casi instantánea. La idea de sentir algo por él me resultaba tan absurda que no necesitaba ni palabras para responder.

—En tus sueños —contesté, con el mismo desdén que sentía por toda la situación.

Por supuesto, Chishiya no perdió la compostura. De hecho, parecía disfrutarlo aún más, como si nuestra pequeña discusión fuera un juego dentro del juego.

—Entonces entra y juega —dijo, con ese tono burlón que siempre usaba para provocarme, sus ojos fijos en mí, desafiándome a enfrentar mis propios miedos.

Lo miré con incredulidad, soltando un suspiro de exasperación. Habíamos tenido intercambios así antes, pero esta vez el riesgo era más real que nunca. Sabía que si no elegía bien, no habría una próxima vez. Respiré hondo y dejé que mis palabras fueran más calculadas, más frías.

—¿Recuerdas cuando me hablaste de los intereses mutuos? —pregunté, mi tono mucho más serio ahora—. Pues esto es lo mismo. Ninguno de los dos puede morir aquí, porque nos necesitamos mutuamente para sobrevivir las próximas veces.

Noté cómo su sonrisa burlona desapareció por un instante. Su mirada se suavizó apenas, como si entendiera que había verdad en mis palabras. Por más que jugara al indiferente, no era tonto. Sabía, igual que yo, que habíamos llegado hasta aquí porque, en el fondo, ambos éramos piezas clave en los planes del otro.

—Tienes razón —admitió finalmente con una leve inclinación de cabeza—. Pero eso no hace que el juego deje de ser interesante.

Lo observé un momento, viendo en sus ojos ese destello de cálculo y desafío que siempre lo acompañaba. Sabía que Chishiya no iba a dar marcha atrás, pero al menos había conseguido que viera el panorama completo. Su mente afilada y estratégica no dejaba lugar a lo emocional, lo que lo hacía aún más peligroso en un juego de corazones.

Toxic Ties [Suguru Niragi]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora