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Dos Bustamantes— 10 años

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Dos Bustamantes— 10 años

Al parecer, la visita del clan Bustamante me había dejado marcada a mis cortos ocho años, porque, un año después, cuando el sofocante calor volvió a atacar al pueblo de San Esperanza a mis nueve años, decidí tomar medidas drásticas para evitar otro encuentro incómodo con los Bustamante. Así es, toda una drama queen desde muy pequeña.

 Fue entonces cuando me armé de valor y supliqué a mi padre, Martín, que me permitiera pasar una corta estadía en la ciudad junto a mi tía Claudia y su familia. Mi sueño era conocer la ciudad, y además tenía el plus de alejarme de esa extraña familia.

Martín Andrade, el hombre que me crio prácticamente solo, era conocido por su firmeza y por ser alguien que nunca pedía favores. Convencerlo no sería tarea fácil, pero yo era muy insistente cuando me proponía algo. Con la ayuda de mi prima Pilar, quien siempre sabía cómo suavizar el carácter de mi padre, finalmente logré obtener su permiso.

Fueron semanas y semanas de insistir, yo desde casa, y Pilar desde el teléfono, pero lo logramos.

La vida en la ciudad resultó ser un cambio radical, comparándolo a mi rutina en San Esperanza. Desde el momento en que llegué, quedé fascinada por el bullicio. Me gustaba el lío, el caos. Las calles estaban siempre llenas de gente apresurada, los edificios se alzaban imponentes y los parques eran simplemente hermosos.

Mi tía Claudia vivía en un barrio residencial, donde las casas eran más pequeñas pero más cerca unas de otras que en mi pueblo. Me sentí un poco abrumada al principio por el ritmo acelerado y la cantidad de personas que parecían vivir en la ciudad, pero también estaba emocionada por todas las nuevas cosas que podría hacer.

Pilar, mi prima, me llevó a explorar los parques y las plazas, donde pasamos tardes enteras jugando y conociendo a otros niños de la vecindad. 

Mi tía Claudia trabajaba en una pequeña librería cerca de casa, y me encantaba acompañarla algunos días. La tienda era acogedora, con estanterías llenas de libros de todo tipo y un aroma a papel y tinta que me resultaba adictivo. Claudia me permitía elegir algunos libros para leer en mi tiempo libre, y pronto me encontré sumergida en historias que iban desde aventuras fantásticas hasta relatos de vida en ciudades como la que ahora exploraba.

Los fines de semana, mi tía nos llevaba a Pilar y a mí a pasear por los centros comerciales, donde habían montones de locales elegantes, y escaleras que se movían solas. Me compraron mucha ropa en este mes, así como también aretes, colgantes, pulseras y anillos. Ah, también zapatos, y hasta un perfume. Nunca nadie había hecho algo así por mí. 

Me gustó salir con mi tía, se sintió como tener una mamá. O por lo menos, creo que así se sentiría tener una. 

Mis tíos me trataron como si fuera una hija más, durante el mes que estuve en su hogar. Me invitaron a regresar cuando quisiera, tal vez la próxima vez hasta podría ir con mi padre. La idea me entusiasmo mucho.

Secretos de verano- PablizzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora