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Nueva empleada — 17 años

Desperté esa mañana, con el peso de ser oficialmente la comprometida de Pablo Bustamante. 

Si mi vida fuera un cuento, es el de la cenicienta. A la media noche el hechizo se rompió, el príncipe volvió a ser indiferente, mi familia volvió a esfumarse en un abrir y cerrar de ojos, y yo volvía a ser una prisionera en esa cárcel de oro. La única diferencia es que la cenicienta tenía un zapatito de cristal; yo tenía un anillo de diamante que me calzaba a la perfección.

También podría ser el cuento de la bella y la bestia, la chica se sacrifica por su padre y la encierran en un castillo con una bestia. En este caso hay unas cuantas bestias. 

En fin, me levanté lentamente, observando el brillo del anillo en mi dedo.

La mansión estaba en silencio, completamente diferente a lo que fue la ruidosa fiesta de la noche anterior. Suspiré y me dirigí al baño, tratando de aclarar mis pensamientos. Sabía que mi vida había cambiado drásticamente y que debía encontrar la manera de adaptarme, por difícil que fuera.

Después de vestirme, bajé a la cocina, donde encontré a algunos empleados preparando el desayuno. Me saludaron sin mucha emoción en sus rostros, pero por lo menos no me ignoraron como los integrantes de esta casa. A penas me acerqué a la mesa, me sirvieron una taza de café.

Poco después, apareció Pablo. Nos miramos en silencio durante unos segundos antes de que él rompiera el hielo.

—Buenos días —dijo, tomando una taza de café también— ¿Dormiste bien?—

—Lo mejor que se puede, supongo —respondí  —¿Y vos? ¿cómo dormiste?—

—Perfectamente, dormí como un bebe— sonrió con falsedad 

—Que bueno— dije sin mirarlo, mientras revolvía mi café

—Disculpe Rosa ¿podría llevarme el desayuno a la habitación?— pidió el rubio a una de las empleadas más antiguas de la mansión

—Con gusto, joven Bustamante— respondió Rosa con cortesía, tomando nota de su pedido.

Observé cómo se marchaba con su desayuno, sin decirme ni una sola palabra. Me sentía frustrada. Esta era mi primera mañana como su prometida, y él me dejó sola. 

Fue cuando las palabras de Hilda tomaron sentido, el contrario al amor no es el odio, sino la indiferencia. Esa misma indiferencia es la que tiene mi prometido.

Si por lo menos me odiara, podría decir que Pablo siente algo por mí, en cambio, no tengo nada de que alardear. Para él, soy tan relevante como una de las sillas en este enorme comedor, o sea, algo que simplemente está allí sin más propósito que llenar un espacio.

No lo culpo, cuando la situación fue al revés, y él estuvo en mi casa, yo también lo ignoraba. Hacía todo por no cruzármelo, supongo que este es mi karma. 

Secretos de verano- PablizzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora