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Avergonzada — 17 años

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Avergonzada — 17 años

Desperté más temprano de lo común, aunque hoy no tenía pensado ir a clases, las vacaciones de invierno estaban cerca, ya había cerrado todas las notas del primer cuatrimestre y claro que había aprobado todas las materias. No era necesario que vaya.

Esta semana iban los que necesitaban aumentar la nota, y la próxima comenzarían las vacaciones.

Fui hacia la cocina y prendí la cafetera para que se caliente, mientras tanto me senté en la mesa de la cocina, a mirar mi celular mientras esperaba el café.

A penas pude encender la pantalla, vi como Pablo también entró a la cocina, pero adormilado. Ni siquiera noto que yo estaba allí.
El abrió la heladera buscando algo para comer.

Aún llevaba sus pantalones de piyama, y tenía puesta una remera gris, holgada, que le quedaba hermosa. Además, todo su cabello estaba despeinado, en sus cachetes tenía la marca de la almohada, y sus ojitos azules estaban achinados por el sueño. 

Me causaba mucha ternura, y a la vez, sentía que mi corazón daba saltitos al verlo cerca, y todo en mí se derretía al observarlo. 

Ayer por la noche, Pablo y yo nos besamos... todo iba perfecto, pero luego nos interrumpió una llamada, mi padre había tratado de comunicarse conmigo para que vaya a verlo hoy mismo, con esto de la planificación de la boda llevaba toda la semana sin poder ir a verlo, y él se estaba empezando a preocupar.

Cuando corte la llamada, Pablo fue a su cuarto y yo al mío. Eso fue todo. 

Si mi memoria no falla, cada vez que hay algún acercamiento entre él y yo, Pablo decide alejarse. Aunque este último tiempo estuvimos llevándonos mil veces mejor, aún tenía miedo de que luego de lo que paso anoche, él decida alejarse un poco.

Decidí no darle tiempo para escaparse esta vez. Entonces, antes de que pudiera verme, camine hacia donde estaba, y me paré detrás de él.

—¿Dormimos juntos que no me saludas?— pregunté divertida, logrando que él se sobresalte

—Marizza, me asustaste— rió —Buen día ¿cómo amaneciste?—

Si mi corazón saltaba solo con verlo, al oír su voz rasposa al recién despertarse, o verlo con esa sonrisita que mata a cualquiera, sentía como si mi corazón quisiera escaparse de mi pecho. 

Era una realidad, ya no iba a negarlo.

—¿Así saludas a tu futura esposa?— me crucé de brazos, fingiendo estar enojada

Pablo cerró la heladera y me miró, tratando de no reír.

—Ah, claro, perdón —dijo, dando un paso hacia mí —Buenos días, futura esposa —respondió en tono burlón, antes de inclinarse para darme un beso rápido en la mejilla.

Secretos de verano- PablizzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora