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POV Pablo — 19 años

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POV Pablo — 19 años

Al día siguiente de la mudanza, me desperté en un cuarto totalmente vacío.

Una cama con sabanas impecablemente blancas, almohadas incomodas, un armario vacío, y una silla con la ropa sucia que use ayer tirada sobre ella. 

Cajas y cajas vacías que quedaron de la mudanza desparramadas por el cuarto. Esta habitación estaba junto a la principal, y al parecer Mia pensó en usarla como deposito hasta poder saber que hacer con tantas cajas sin nada. 

Mis cosas estaban en la habitación de al lado, junto a las cosas de Marizza. Mi ropa estaba perfectamente doblada junto a la de ella, mis zapatos junto a los suyos, como si fuéramos una pareja real... No podía culpar a Mia de haber organizado esa habitación para los dos, pero el gesto en lugar de alegrarme me dio un extraño dolor en el pecho.

Supongo que esa fue una señal, anoche supe que lo mejor seria cambiarme de cuarto lo antes posible.

Además, Marizza iba a sentirse incómoda, yo me sentiría incómodo y nadie quería eso.

En esta nueva habitación, todo se sentía frío y vacío. En la casa de mis padres por lo menos tenía mi propio espacio, era el cuarto más grande de la mansión, y era para mi solo. Tenía todo un mundo para mi mismo, alejado de los Bustamante.

¿Cómo lo conseguí? No fue fácil.

En realidad, ni siquiera lo quería, me lo dieron como un castigo, y lo convertí en algo hermoso. 

Es una larga historia, cuando era pequeño siempre tuve un miedo inexplicable a la oscuridad. Compartía cuarto con Tomás, mi único hermano mayor que, por algún motivo, siempre me dejaba quedarme con él cuando la noche se hacía insoportable. Simón y Joaquín jamás lo hubieran permitido. Para ellos, el miedo era una debilidad, algo que debía superarse solo, sin ayuda. Pero Tomás... él era diferente.

Él me dejaba encender una pequeña lámpara junto a la cama y me contaba historias hasta que me quedaba dormido. Nunca me juzgaba por mis miedos. Tampoco decía nada para humillarme como lo hacían los demás. Eso fue algo que me marcó para siempre. A pesar de la poca diferencia de edad, él no solo era mi hermano mayor, sino que también era mi mejor amigo, supongo que por eso lo es hasta el día de hoy.

Pero todo cambió cuando cumplí siete años. Mi padre, un ser despreciable, como siempre, decidió que era momento de que "me convirtiera en un hombre". Para él, ser un hombre significaba enfrentar los miedos solo, aprender a valerse por sí mismo y, en palabras suyas, "madurar de golpe". 

Entonces, me prepararon una nueva habitación, más alejada de la de mis hermanos, casi en el extremo opuesto del pasillo, para que ninguno pueda ayudarme. Recuerdo la primera noche a la perfección, me dejaron allí, en ese cuarto vacío, y cerraron la puerta como si estuvieran cerrando una jaula. Quise aguantar, y demostrarle a todos que yo no era un miedoso, pero a mitad de la noche, simplemente no pude seguir.

Secretos de verano- PablizzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora