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Reproches— 17 años

Ya saben como terminé acá, oficialmente, esta es mi realidad.

Firme el contrato, nadie me obligó, fue lo que tenía que hacer por el bien de la persona que más amo en el mundo. 

A partir de ahora, mi padre y yo vivíamos en la ciudad, en la mansión Bustamante. Rodeada de extraños, sin siquiera poder salir a la calle, yo estaba prisionera de la familia más falsa, egoísta y codiciosa del mundo.

La cuenta regresiva para mi boda ya comenzó, once meses, treinta días y nueve horas... ah, y diecisiete minutos. Si, conté absolutamente todo.  

Los prisioneros cuentan los días que faltan para salir de la cárcel, yo estoy contando los días que me faltan para arruinar mi vida por completo.

Esa noche lloré hasta dormirme, no fui capaz ni siquiera de comer un bocado, Manuel y Tomás trataban de hablar conmigo, pero no pude hablar con nadie, no pude decirles lo que me ocurría,<z solo les pedí que cuiden de mi padre, porque yo no tenía la fuerza suficiente como para hacerlo.

Así terminó mi cumpleaños, como el día en que arruine mi vida.

Al día siguiente, comencé a salir un poco más de esas cuatro paredes. Desayuné con papá, Manuel y Tomás, al medio día almorcé con la familia Bustamante, a excepción de Pablo, quien desapareció por completo ese día. 

Por la tarde, mi mejor amigo y yo acompañamos a mi padre a una clínica privada, la más cara de la ciudad. Fue atendido por los mejores médicos, y comenzaron a hablar acerca de los detalles del tratamiento, para comenzarlo lo antes posible. Eso fue un alivio para mí. 

Por lo menos, Martin Andrade estaría bien, a salvo. 

Esa noche, de vuelta en la mansión Bustamante, traté de concentrarme en cuidar de mi padre y mantener una apariencia de normalidad. Fingía que todo estaba bien para que papá no se preocupe, quería demostrarle a los demás que yo soy fuerte, que no le tengo miedo a nada, y que por más que ellos quisieran pisotearme, yo siempre estaría bien. Pero el silencio entre los pasillos, las miradas de odio que me lanzaban, la ausencia de Pablo y la ansiedad por saber como seguiría mi vida a partir de ahora, hacían que cada segundo del día se volviera interminable y doloroso.

Los días siguientes fueron una mezcla de visitas a la clínica, largas conversaciones con los médicos y sentirme como una intrusa en la mansión donde ahora vivo. Poco a poco, comencé a adaptarme a la nueva rutina, o por lo menos, eso es lo que yo misma me obligaba a creer, aun así la ausencia de Pablo comenzó a sentirse como un puñal en mi pecho. 

No extrañaba su presencia, pero su indiferencia me lastimaba.

Vivíamos bajo el mismo techo, y aún así no nos cruzábamos. Eso causaba más culpa en mí, estaba segura de que él me odiaba más de la cuenta, y esta vez tenía una enorme razón para hacerlo. 

Secretos de verano- PablizzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora