CAPÍTULO 21: D DE DOLOR, EL LATIR DE MI QUEBRADO CORAZÓN

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El cielo nocturno me despertó, y el eco de los gritos resonaba en mi mente, una y otra vez, como un recordatorio constante de la oscuridad por la que había sido marcada. Me desperté sudando, con el corazón latiendo frenéticamente. La herida en mi cabeza palpitaba, pero el dolor físico no era nada comparado con el abismo en mi alma. Había matado a mi padre en defensa propia, pero ese acto solo me hacía sufrir a pesar de haber hecho lo correcto. Con cada amanecer, el peso de ese acto se hacía más insoportable.

¿Quién soy ahora? Me preguntaba mientras me levantaba lentamente, mirando el reflejo distorsionado de mi rostro en el espejo. Las cicatrices de mis dos personalidades fusionadas estaban ahí, visibles solo para mí, como líneas de fuego cruzando en mi mente. El cuarto estaba oscuro, apenas iluminado por la tenue luz de la luna que se filtraba a través de las cortinas. Cada sombra en la habitación parecía susurrar secretos, recordándome fragmentos de mi pasado que preferiría olvidar. Las paredes parecían cerrarse a mi alrededor, aumentando mi sensación de claustrofobia y desesperación.

El silencio de la noche se rompía solo por el suave tic-tac de un reloj distante y el crujir ocasional del suelo de madera. Miré alrededor del cuarto, buscando algo que anclara mi mente a la realidad. Los rostros de mis amigos aparecían en mi mente, llenándome de una mezcla de culpa y alivio. Sabía que no podía seguir adelante sin enfrentar la oscuridad que llevaba dentro, pero también sabía que necesitaba su apoyo más que nunca.

Mientras me incorporaba, sentí un nudo en el estómago. La culpa y el arrepentimiento eran constantes, pero también había una determinación ardiente. Había hecho lo que debía para sobrevivir, y ahora tenía que encontrar la manera de vivir con ello. El latir de mi quebrado corazón me recordaba que aún estaba viva, y mientras respirara, tenía una oportunidad de redimirme y de encontrar un nuevo propósito.

Mi padre no era mi verdadera familia, o al menos no se sentía así por cómo me trató a mí, a mi hermana, a la cual maltrató por no sentirse identificada como lo que era y querer ser un chico, y a mi difunta madre, matándola solo por ser un cerdo machista. Mi madre descubrió algo que no debía, algo que ahora beneficiaba a mí y a mis amigos. Mis amigos, ellos sí son mi verdadera familia, y son también los que pronto me ayudarán a acabar con el cartel de mi padre y con la corrupción de este podrido, repulsivo y grisáceo lugar al que llamamos mundo.
De repente, una voz me sacó de mis pensamientos. Era mi amiga Nayara.

- ¿Eclipsia, estás bien? -dijo mientras se sentaba a un lado en el borde de la cama.

Me dirigí lentamente a la cama y me senté a su lado para hablar, pues es cierto que junto a mi hermano es la única persona que realmente me comprende.

- Es que, bueno, digamos que he probado todo y no me sirve nada. He rogado al tiempo que no se marchara, pero amanezco mal, sin ningún motivo, casi sin tener uno para seguir viva. Y eso ya me asusta. La vida me ha puesto una buena multa; si no lo hice bien, le pido disculpas. La muerte convence a la vida, intento vivir pero me sepulta, y ahora me ahoga toda la culpa -le dije a mi amiga entre lágrimas. El dolor era insoportable.

- Creo que entiendo tu dolor. A fin de cuentas, llevamos juntas años. Deja de torturarte, estamos haciendo lo correcto. Matar a tu padre ha sido lo mejor que has podido hacer, ya que si no, él te hubiese matado a ti -dijo mi amiga abrazándome.

El calor y el contacto humano que me daban mis amigos era lo que aún me mantenía cuerda, mientras que el dolor de la culpabilidad me iba quebrando lentamente tanto emocional como físicamente hasta el punto de a veces casi hacerme caer en el declive. Al rato mientras hablábamos Jonathan y Raquel entraron por la puerta.
- Vaya, mira que dulce angelito está despierto-dijo Jonathan dedicándome una sonrisa y abrazándome, derritiendo el hielo que había en mi corazón para dejar paso al ardiente fuego del cariño.

Más, sin embargo, aún mi corazón le guardaba algo de rencor por lo que me hizo, ocultarme el secreto de que mi hermana no estaba muerta, junto al hecho de haberme amenazado con una navaja tras de acusarlo cuando yo vi ahogando a quien yo creía que era mi hermana en el río hace 12 años atrás. Quería disculparme pero mis labios no encontraban las palabras adecuadas, y solo podía atormentarme en silencio hasta encontrar las palabras adecuadas.

- Eclipsia, sé que aún me guardas rencor por todo lo que ha pasado y por aquel malentendido ahora que ya sabes la verdad, espero que tu corazón me pueda perdonar sabes que yo solo quería proteger a tu hermana y también a ti. -dijo mi amigo tendiéndome la mano con una calidad sonrisa que recompuso mi corazón prácticamente del todo estabilizándome de nuevo. Y al fin encontrando las palabras adecuadas.
- Jonathan, bueno no te voy a perdonar, simplemente porque no tengo nada que perdonar, solo ha sido un malentendido, hazme un favor y corramos un tupido velo. -dije devolviéndole la sonrisa.
- Vale perfecto -dijo Jonathan abrazándome.
El sonido del crujir del suelo de madera, acompañaba a nuestros pasos para ir a contemplar el cielo nocturno y reflexionar.
- ¿Nayara te acuerdas como nos conocimos? -le pregunté a mi amiga, mientras yo apoyaba mis brazos sobre el balcón y ella jugaba con su pelo tan azul como la noche que se ceñía sobre nosotros.

La luna, testigo callado de nuestras conversaciones dolorosas, era la única que acompañaba con su presencia el oscuro cielo nocturno, tras unos segundos mi amiga contestó.

- Si, me acuerdo la primera vez que nos conocimos, me había mudado aquí, a Vitoria por el trabajo de mis padres, tú eras una chica solitaria que lloraba porque nadie te comprendía ni quería jugar contigo. Y yo harta de verte llorar me acerqué y pronto nos hicimos amigas, aun recuerdo con cariño cuando le pusimos una lagartija en la ropa a la directora para reírnos un rato. Aún recuerdo esos días con cariño.
- Sí la verdad que el tiempo pasa rápido, como agua por entre mis dedos evaporándose y consumiéndonos lentamente. -dije mirando melancólicamente hacia la luna y echando la vista al pasado.
- Más tarde me volví a mudar y me volví tu vecina pero esta vez no por trabajo de mi padre sino por decisión propia, me independicé y quería vivir a tu lado para seguir pasando grandes aventuras como la que estamos pasando actualmente. -dijo mi amiga jugando con su pelo y con la mirada en el horizonte.






LAS DOS CARAS DE UNA MISMA CARTA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora