Capítulo 11

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  Mi corazón latió con fuerza y mi cuerpo comenzó a temblar una vez se abrieron las rejillas y escuché la voz de Alan.

—¿Mey? ¿Estás aquí? ¿Estás bien? —Me buscaba con desesperación.

—¡Alan! —Grité desde la lejanía. —¿Eres tú? —Al escuchar mi voz sentí sus pasos apresurados en mi dirección. Y justo cuando lo tuve de frente, puse toda mi intención en encerrarlo en una burbuja apoyándome con mis manos.

Y funcionó.

En cuestiones de segundos Alan se encontraba atrapado en una esfera irrompible de la cual no podría salir jamás.

—No, por favor, dime que tú no... —Su voz me rompió, la forma en la que no terminó la frase, su mirada llena de dolor y decepción fueron suficientes como para hacerme sentir que mi alma se partía en pedazos.

Ya estaba hecho, lo había capturado.

Verlo ahí atrapado hizo que mi pecho se estrujara, se vía destruido, la expresión de sus ojos era una mezcla de decepción y shock. Aún estaba procesando lo que acababa de pasar, y aunque era pedir mucho, necesitaba que dijera algo. Me daba igual lo que fuera, si me gritaba o insultaba me lo merecía.

Él depositó toda su confianza en mí y yo lo único que hice fue traicionarlo, justo como los demás. Se encontraba encerrado sin escapatoria por mi culpa. Pero en vez de juzgarme me aplicó la ley del hielo.

No me dirigió palabra alguna, ni siquiera miró en mi dirección. Solo se sentó ahí y permaneció con su vista al suelo.

Ver su silueta encogida y sin ánimos de nada me destruyó aún más.

Ya no lastimaría a nadie, Erthmen estaba a salvo y eso debía ser suficiente para mí.

Aunque no lo era.

Y por si el ambiente no era lo suficientemente incómodo, el sacerdote bajó las escaleras junto a Max y Sandra.

—Vaya vaya, el famoso Alan Ridgewell atrapado en una burbuja sin escapatoria. Ya no eres tan imponente, ¿no es cierto? Dime, Alan, ¿qué se siente ser tú la presa ahora? ¿A que no contabas con esto?

Alan se quedó en silencio, mirando al suelo, inexpresivo.

—¿No vas a contestar? —Esta vez habló Max. —Mucho valor cuando estábamos encerrados en la casa luego del ritual, pero ahora pareces totalmente inofensivo. —Lanzó unas risitas burlonas mientras lo miraba con desprecio.

Tampoco respondió, como si estuviese perdido en sus pensamientos y no tuviese el más mínimo interés de dirigirnos la palabra. En cambio, mis acompañantes estaban ansiosos por dejarlo en ridículo y aplastarlo con sus burlas a pesar de que claramente no lo estaban logrando. Alan estaba acostumbrado a recibir esta clase de insultos. Él nunca prestó atención a estas cosas, sabía mejor que nadie que no valía la pena, y aunque una vez pensó que yo sí la valía, estoy totalmente segura de que ese pensamiento había cambiado por completo cuando lo envolví en esa esfera.

Miento si digo que estoy bien con esto.

Miento si digo que puedo volver a mi vida normal y dejar aquí a Alan.

Miento si digo que estoy apresurada a desterrarlo y no verlo nunca más.

Miento si digo que no me arrepiento de traicionarlo.

Nunca pensé que esto me iba a afectar tanto, hasta que lo hice.

Y aunque debía ser diferente, aunque me debería sentir como una heroína, me sentía como la real mierda. Y es que con razón.

El Complemento del DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora