Capítulo 12

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Después de esperar unas horas a que el carruaje que me llevaría a mi nuevo hogar temporal llegase, por fin estaba justo en la puerta de la iglesia.

Avisé al sacerdote de que vería por última vez a Alan y bajé por la trampilla que separaba el exterior de la prisión.

Abrí la puerta de la habitación donde se encontraba y le pasé una pequeña bolsa que había preparado antes de salir de casa.

—Te preparé algo para que te alimentes, no quiero que mueras de hambre.

—No quiere que muera de hambre dice, ajá, y quieres desterrarme, en fin, la hipocresía. —Dicho esto se colgó la bolsa en el hombro y caminó hacia la cama.

—Mmmh, brownies. —Dijo olfateando uno. —¿Tiene veneno? —Inspeccionó mi cara.

Sonreí inevitablemente. Me dejaban más tranquila esos comentarios.

—No, no tienen. —Respondí intentando reprimir la sonrisa.

—Una lástima, prefiero morir envenenado que pasarme aquí solo cristo sabe cuánto tiempo hasta que vuelvas y me destierres de una vez.

—Bueno, si lo hubiera sabido sí hubiera envenenado eso. —Señalé hacia los brownies.

—Una pena.

Nuestra corta charla fue interrumpida por el sacerdote quien me avisaba que ya debía irme.

—Parece que aquí nos despedimos. Volveré lo más rápido posible para terminar con tu sufrimiento.

Él no dijo nada, solo asintió.

Yo no intenté decir o hacer algo para alargar la charla. Simplemente salí de ahí dedicándole una última mirada, deseando que fuese un mal sueño y que en realidad estuviéramos ambos durmiendo en la misma cama, como ya lo habíamos hecho anteriormente.

Subí la trampilla y entré al carruaje, de ahí entró también Sandra, cosa que me molestó enormemente.

—Escucha Mey, no quiero que te vayas sin aclarar par de cosas contigo. —Dijo mientras suspiraba dramáticamente y se ponía una mano en la frente como película antigua.

—No seas ridícula y solo habla, no puedo perder mi tiempo contigo.

Mis palabras tajantes hicieron que cualquier intento de simpatía por su parte desapareciera.

—Estuve saliendo con Max un tiempo después de que se hicieran novios, mi relación con él venía desde mucho antes de lo que pasó con Alan, ya sabes, de cuando lo invocamos. No me salvó a mí solo por compasión, lo hizo porque me amaba mucho más que a ti. Ambos nos enamoramos desde el día en que mis padres se fueron de viaje y él decidió quedarse conmigo para hacerme compañía. —Y sí, recordaba perfectamente esos días, él se quedaba en su casa por las noches, pero lo que menos imaginé fue que ellos dos me traicionarían, Dios, estaba tan ciega que ni siquiera se me pasó por la cabeza. Confiaba plenamente en ellos, en ambos. —Él al principio no quería, pero era más que obvio que no te amaba, si lo hiciera, cuando me le insinué no hubiera caído, me hubiera rechazado. La pasión nos envolvió y al final terminamos enredados, nuestros lazos crecieron y nos fundimos en uno solo. Cuando Max vió que lo de Alan era en serio, lo único que pudo pensar bajo el miedo y la presión fue en mí, en salvarme, en huir conmigo. Tú no eras más que un juguete para él. Al principio te amó, lo admito, pero después se dio cuenta de que yo era mucho mejor que tú. Por eso te abandonó allí, por eso no volvió a por ti. —Una sonrisa macabra se hizo presente en su rostro. —Recé, recé una y mil veces para que Max me eligiera, y ahora mira, perra, observa con determinación lo que tengo aquí. —Levantó su mano y me enseñó su dedo índice. —Estamos casados, no significas nada para él, ni mucho menos para mí. Vete del pueblo y nunca más regreses, aquí nadie te quiere. ¿En serio pensaste que Max te amaría? ¿que yo te consideraba mi amiga?, estúpida ilusa, tus abuelos te abandonaron, tus padres te abandonaron, toda tu familia lo hizo, estás sola y siempre lo estarás, hasta tu familia te dejó...¿Aún así alguna vez pensaste que Max y yo no haríamos lo mismo? eres escoria, Mey, eres la mayor de las escorias. Nadie nunca te amará. —Dicho esto, se acercó a mí y dijo en un leve susurro. —Das asco.

Entonces actué por impulso, y cuando me vine a dar cuenta mi mano ya había impactado contra su cara, con tal fuerza que se quedó plasmada la silueta, dejando una marca voluminosa y roja.

—Ya quisieras ser como yo. Al final te adueñaste de mi novio y de mi vida no porque yo fuera inútil o no me lo mereciera, sino porque tu vida era tan miserable y careces tanto de autoestima que necesitabas ser como yo para darle sentido y alimentar tu patética existencia. No querías a Max, querías lo que yo tenía. Querías ser yo. Y para tu información, maldita arrastrada recoge migajas, mis abuelos, mis padres y mi familia no me abandonaron, se sacrificaron por el pueblo. Cosa que tus padres no pudieron hacer, ¿sabes por qué? Porque por tu sangre no corre nada especial, solo eres una niñita de mierda con baja autoestima. Zorra barata. Ahora sal de aquí, tengo cosas más importantes que hacer. —Dije, con un orgullo inigualable, me sentía poderosa por primera vez en mi vida.

Hasta ahora no había tenido tiempo de pensarlo, pero era una bruja, una bruja sumamente poderosa.

Por mi sangre corría la magia. Magia que nadie más en este pueblo poseía, y Sandra, aunque quisiera, no podía tener.

Salió de la carroza completamente indignada y con una marca que dudaba que se le quitase al menos en los próximos tres días, me había asegurado de ello.

En cuanto se bajó, el señor que manejaba me dedicó una sonrisa y luego habló.

—Pronto llegaremos a casa, pequeña. —Cerró la puerta y nos pusimos en marcha. Dejando así a la única persona digna de mí.

Alan Ridgewell, solo, con su eterno rival.

Erthmen.

El Complemento del DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora