—¿En serio tenemos que quedarnos aquí?
—Pues sí, ¿no? —Lo miré levantando una ceja en modo de interrogante. —¿A dónde más podría ir con un sociópata con ganas de estrangular personas?
—¿A un parque?
—No jodas, Alan, no puedes salir de aquí. Lo tienes prohibido.
—Vamos, no seas aguafiestas. ¡Estoy aburrido!
—Tu forma de divertirte y la mía son completamente diferentes. Además, ¡no te puedes mover mucho! Nos quedamos en casa, ¡y no se discute más!
—Vieja amargada.
—¿Cómo me llamaste? —Pregunté a pesar de saber exactamente lo que dijo.
—Que me pica la espalda. —Respondió entre risillas. —Bueno, cascarrabias, ¿y si entonces jugamos a algo?
—¿Tienes 4 años? —Lo miré por encima del tejido que aún hacía.
—No, pero no quiero seguir mirando al techo. Llevo días haciendo lo mismo. —Dramatizó alzando las manos y luego poniéndolas en su cara.
—Actúas como niño.
—Lo soy.
Sí, definitivamente parecía serlo.
Pensé que Alan sería más...Maduro.
Pero lo dejaba ser, dudaba mucho que le mostrase ese lado infantil a los demás.
Me estaba mostrando una cara de él que no aparecía en ninguna historia.
Alan me sorprendía cada vez más.
—Y bien, Alan Ridgewell. ¿Qué quieres que hagamos?
—Mmh no lo sé. —Se tomó un momento para inspeccionar a su alrededor. —Yo que sé, ¿con qué se entretienen ustedes? —Preguntó alzando una ceja, interrogante.
—Haciendo rituales de invocación de dudosa procedencia, ¿no es obvio? —Dije sarcásticamente.
—Sí, ajá, te agradezco ese gusto extraño por las artes oscuras. —Estalló en una carcajada sin sentido, haciendo que reaccionara de la misma manera.
Si estar loco y ser bipolar fuera un pecado, Alan no tendría el perdón de Dios.
—¿Y bien? —Volvió a preguntar. —¿Qué más sueles hacer?
—Mmh, que implique quedarse en casa realmente no lo sé. Usualmente nunca estoy aquí, así que no sé qué decirte.
—¿Y aún así quieres que yo me quede aquí? ¡Es abusivo! ¡Me tienes prisionero!
—Mejor te callas. —Dije mientras me ponía de pie y me dirigía a una de las estanterías ubicadas al lado de la cama.
—¿Qué? ¿Me vas a leer un libro? —Preguntó entre risas, las cuales se volvieron nada una vez que asentí y me senté a su lado.
—Quita, que me caigo. —Alan solo me miró con una gran interrogante en sus ojos y próximamente se movió, dándome espacio suficiente como para estar cómoda.
Luego de eso, con un empujón quité la almohada que tenía en su cabeza.
—Y esto es mío. —Dije acomodándola detrás de mí como soporte.
Me encontraba sentada en la cama apoyada a la dura pared, lógicamente necesitaba más que él aquella almohada.
—¡Esto es incómodo! —Se quejó. —¡No es justo!
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El Complemento del Diablo
FantasyA una altura de aproximadamente 1.700 metros sobre el nivel del mar se encontraba Erthmen, un pueblo que según las leyendas había sido abandonado, ya que los habitantes de aquel lugar buscaban una vida mejor en los pueblos bajos donde el comercio er...