Capítulo 25

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Comencé a ver las construcciones típicas de mi pueblo natal después de varias horas de viaje.

Los muros eran imposibles de no reconocer, eran de piedra, con varias enredaderas de plantas que se habían adherido a él.

¿Extrañaba ver esto? Sí, bueno, más o menos. Solo me causaba nostalgia. Pero estar en Yahemerth había hecho que se me quitara todo el amor que tenía por este pueblito de mala muerte.

Donde todos eran unos malditos traicioneros.

Me incluía.

Nos fuimos adentrando cada vez más al pueblo.

Ya dejándonos contemplar las casas de los alrededores.

Aquellas típicas de construcción débil que me había olvidado que existían al estar rodeada de otro tipo de materiales.

Todo se me hacía tan... diferente. Había vivido toda mi vida aquí, pero sentía como si fuese ajeno a mí. No lo sé.

Lo veía todo de otra forma.

Erthmen no me parecía tan...

Yo que sé.

La carroza se detuvo en mi casa y bajé sin mucha prisa.

No llevaba equipaje, lo tenía todo en mi Sen.

Beneficios de ser bruja.

Abrí la puerta de la casa y el olor característico de esta golpeó mi rostro.

Eso sí lo había extrañado.

Di pequeños pasos adentrándome un poco más, mientras inhalaba con fuerza para seguir sintiendo aquel olor que tanto amaba.

Repasé con la mirada mis pertenencias y luego subí las escaleras mientras escuchaba el rechineo de esta.

Entré a mi habitación y vi aún el reguero que había hecho Alan.

El mismo que vería en unas horas, quizás minutos.

Me acerqué al bulto de libros y esta vez sí me dediqué a recogerlos. Dándome cuenta que faltaba el de su leyenda.

¿Dónde lo había dejado? No lo sabía, pero todos tenían uno de esos, era fácil de hacerse con uno.

Entré al baño para tomar una ducha y cambiarme de ropa.

Antes hubiera ido directo a la iglesia, a por Alan, pero ya no era antes. Yo había cambiado, mi ansiedad había desaparecido, y sabía que no volvería nunca más.

Entonces me tomé mi tiempo en el baño, me puse ropa cómoda y me eché un vistazo en el espejo.

Estaba más hermosa que de costumbre, quizás por la seguridad que tenía ahora.

Salí del baño y una vez lista puse rumbo a la iglesia.

Pasando por las casas de los vecinos, la farmacia, la tienda de la esquina, y próximamente mi destino.

En el cual entré abriendo la puerta de par en par.

Estaban haciendo una misa, era domingo. Siempre la hacían.

Me importaba poco haber ocasionado la mirada de todos.

Y mucho menos me importó levantar la alfombra para dejar al descubierto la trampilla, abrirla y próximamente bajar.

Me daba igual lo que los demás pensaran.

De todas formas, ¿qué podrían hacer ellos contra mí?

Ya no era una simple huérfana.

El Complemento del DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora