Capítulo 3

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  Mis manos estaban amarradas a la parte de atrás de esta, mientras mis piernas se encontraban semiabiertas siendo inmovilizadas por unas cuerdas que casi me cortaban la circulación.

Era imposible escapar.

A pesar de que ya sabía que no tendría oportunidad intenté soltarme, pero los nudos estaban perfectamente hechos y tan apretados que dolía.

—Por favor, que sea solo un sueño. Por favor... —Suplicaba aún sabiendo que esto era tan real como el mismísimo Alan. Mientras apretaba los ojos con fuerza como si ese acto me sacaría de mi pesadilla.

¿Por qué no había acabado con mi vida? No lo sé. Pero hubiera preferido que con aquel golpe todo hubiera terminado.

De la nada, la puerta de mi habitación se abrió y entró Él.

Admito que pasé toda mi vida imaginándome a Alan como un cuarentón con barriga de albañil. Pero para mi sorpresa era todo lo contrario.

Se trataba de un chico de quizás veintiséis años de edad, muy alto. Su pelo negro resaltaba por su tono tan blanco de piel, y a pesar de la lejanía que había entre él y yo, juraría que tenía un ojo verde y el otro con una mezcla de azul y marrón.

Si no me encontrara en esta situación tan aterradora podría decir que Alan era la persona más hermosa que alguna vez imaginé ver.

—Necesito que respondas algunas preguntas. Si lo haces y me eres de ayuda te dejaré libre. —Dijo mientras se ponía una venda en la muñeca con la atención puesta totalmente en esta, intentando tapar unas marcas negras parecidas a símbolos tatuados. Su voz era ronca y áspera, con un tono serio y cortante.

Alan tenía fama de asesino, psicópata, caníbal y ladrón, pero se sabía que una vez este hombre decía algo lo cumplía sin importar qué.

Las esperanzas volvieron a mí.

Asentí rápidamente dándole a entender que haría todo lo que me pidiera, al ver mi reacción sonrió de medio lado y próximamente habló.

—¿Cómo traigo a mi ejército? —Su pregunta fue tajante, con una pizca de impaciencia y frialdad en su tono.

¿Ejército? ¿A qué se refería?

Fue ahí cuando recordé aquel pequeño fragmento de la historia, cuando aún vivía con mamá y me la contaba una y otra vez.

Por un momento viajé al pasado a través de mis recuerdos.

—Y cuenta la leyenda, que el gran Alan Ridgewell, el asesino más temible de la historia, no murió, sino que fue desterrado a las tinieblas donde pertenece, con todo su ejército de asesinos fieles a su rey. —La voz de mamá sonaba en eco por mi cabeza.

—¿Y bien? —Interrumpió mis pensamientos pasando cerca de mi garganta el cuchillo que llevaba.

—En el libro de la sala. —Tragué en seco al sentir el frío metal contra mi piel.

—¿En la sala? —El asesino señaló en dirección a esta con un gesto de incredulidad.

Asentí rápidamente confirmando aquello.

Salió de la habitación y sentí que volvía a respirar. En el poco tiempo que estuve allí sola inspeccioné cada centímetro de la habitación con la mirada, buscando algo que me permitiera escapar.

Pero Alan regresó más rápido de lo que esperé, esta vez con el libro en la mano.

Desde mi posición, puedo sentir el escalofrío recorriendo mi espalda al contemplarlo. Es imponente en estatura, erguido con su un metro con ochenta y cinco centímetros. Su presencia es intimidante, y cada uno de sus movimientos está imbuido de una peligrosa elegancia.

El Complemento del DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora