29. Real

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Londres, enero 2003

Oyó el tranquilizante sonido del agua y podía notar la sensación de humedad y el olor a hierba fresca debajo de ella.

Abrió los ojos.

Siempre visitaba ese lago, mirar las aguas oscuras por horas la hacía sentir más cerca. Era su lago, el de ambos, siempre oscuro, el agua quieta, lisa, casi como un espejo y ella paseaba horas por la orilla del Lago Negro. Era un lugar pacífico, que le ayudaba a recordar.

Pero había algo diferente esa tarde.

Estaba acostada en la hierba y podía sentirla haciendo cosquillas por toda su piel ya que no llevaba puesta ni una sola prenda; bajó la vista hacia sus dedos que se cerraron tomando briznas de ella. Y sintió todo con tanta nitidez. Cada detalle de la textura y hasta el rico aroma de la tierra mojada. La turbiedad que solía aferrarse a sus sueños había desaparecido completamente y todo era tan preciso, tan claro. Elevó la vista hacia el cielo, hacia ese atardecer; la luna comenzaba a ser visible, incluso también algunas estrellas mientras el sol se ocultaba. Hermione extrañada frunció el ceño; eso nunca había sucedido antes.

No parecía uno de sus sueños.

Mientras seguía mirando hacia el cielo, todo comenzó a cambiar, ya no era fresco, algo calentó el ambiente, algo avivó el fuego en su pecho y sin saber por qué, sintió su corazón latir muy fuerte. Hacía tantos meses que no tenía esa sensación, casi como... como si él...

Entonces lo sintió. El calor que emitía un cuerpo junto al suyo. Una mano se deslizó por su cintura, cálida, grande y tan familiar. Respiró hondo mientras sentía su cuerpo paralizarse por completo y el olor fresco y tan suyo que reconocería en cualquier sitio, la envolvió.

Se le cortó la respiración y su cuerpo entero se quedó estático. No podía moverse, demasiado temerosa de que su mente estuviese engañandola así. Él nunca aparecía en ese lago, por más que lo deseara con todas sus fuerzas, siempre estaba sola.

—Hermione...

Era su voz, su adictiva y grave voz. No la escuchaba hace tanto que casi había olvidado la manera en que se envolvía en su oído cuando lo escuchaba y hacía su interior retorcerse.

Con miedo de que no estuviera allí de verdad, de que en lugar de ser un sueño fuera una pesadilla, Hermione cerró los ojos con fuerza.

Unos dedos que conocía tan bien se deslizaron por su mejilla y el contacto suave le provocó un ligero sobresalto, seguido de una sensación suave; la acariciaba como si fuera de cristal, con tal devoción que Hermione sintió su propia respiración entrecortarse.

—Abre esos ojos para mí. Necesito verlos —ordenó él. De esa manera que ella amaba tanto y aunque sus palabras no eran una orden en realidad, ella reaccionó de manera instintiva; era como su cuerpo siempre reaccionaba a él, solo a él. Obedeció y abrió los ojos. Se encontró con dos océanos del más hermoso tono de plata fundida.

Draco.

La incredulidad y alegría la inundó. Su corazón retumbaba con fuerza y fuera de control, todo en su interior revoloteaba y se quedó atrapada en él. Todo lo que podía hacer era mirarlo, había extrañado ver sus ojos abiertos y todo en él con tanta vida. Recorrió toda su piel de mármol estudiando cada parte de él. Sabía que era un sueño, pero no le importaba, él estaba consciente y con ella otra vez y no perdería ni un solo detalle. Sus cejas, su fina y recta nariz, sus labios, y su definida mandíbula que ahora estaba cubierta. Hermione entreabrió los labios mientras se daba cuenta de sus cambios. Tenía barba. Una barba de un rubio más oscuro, jamás lo había visto con barba. Y su cabello había crecido, rubios mechones caían hasta casi a la altura de sus hombros, con esa longitud, las ondas en su cabello eran evidentes, dándole una apariencia nórdica y salvaje, como un vikingo. Por todos los dioses, no entendía porque su mente decidió recrearlo de esa manera, pero no tenía ninguna queja al respecto.

Endure (Dramione)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora