Luchó con él moviendo su cuerpo y sus brazos tratando de liberarse de su agarre pero él era más grande y más fuerte. Sin mucho esfuerzo cogió sus muñecas en una sola de sus grandes manos y las puso encima de su cabeza contra la pared.
Con la respira...
La calidez de la mañana se filtraba tenuemente a través de la cortina, bañando la habitación en una suave luz dorada. En la ligera penumbra de ese amanecer, él estaba despierto, apoyado en un codo, contemplándola mientras ella dormía inmersa en un sueño profundo y pacífico, respirando suavemente. Sus pechos desnudos subían y bajaban rítmicamente, la sábana se había deslizado mientras dormían, dejando gran parte de su figura visible. Él sonrió para sí mismo elevando la tela un poco más y cubriéndola hasta donde pudo pues tenía la sábana enredada en las piernas. Ella respiró hondo en sueños, acomodando su posición girándose hacía él.
Su hermoso rostro estaba frente al suyo ahora. Los primeros rayos de sol que se colaban por la cortina, caían directamente en la piel de su hombro y mejilla, la cual parecía que brillaba como el oro. Las pecas salpicadas en sus mejillas y nariz resaltaban aún más, y los rizos esparcidos a su alrededor la hacían ver como una ninfa. Una diosa.
Y era suya...
Sus ojos recorrieron la escena frente a él.
La ropa de ambos esparcida por toda la habitación, el espejo del tocador descuadrado y a punto de caer debido a que la había apoyado sobre él mientras la tomaba por segunda vez esa noche. Las almohadas, el edredón y algunas plumas diseminadas por todo el suelo debido a que continuaron acostados en el piso. Una de las cortinas estaba descolgada porque lo habían hecho de nuevo contra la ventana...
Él no había podido evitarlo, no había podido contenerse. Estar con ella, sentirla, poseerla... Era como un maldito sueño, tanto que no estar dentro de ella en ese momento... en cualquier momento, se sentía como una tortura.
Sus ojos volvieron a ella y sin poder detenerse, extendió la mano y con la yema de los dedos, acarició suavemente su rostro comenzando en su mandíbula y ascendiendo lentamente hasta su mejilla. Con movimientos delicados, sentía la suavidad de su piel bajo sus dedos.
Ella se movió ligeramente; aún sumergida en sueños, inclinó la cabeza hacía su mano y sin abrir los ojos, su rostro relajado dibujó una pequeña sonrisa. Él continuó, disfrutando de ese momento.
—Hola... —murmuró aún somnolienta, aún sonriendo.
—Hola...
Sus párpados comenzaron a moverse y, lentamente, abrió los ojos. Esos ojos marrones se encontraron con los suyos, y en ese instante, la luz del sol los iluminó directamente. Era un espectáculo hipnótico de tonos dorados y chocolate. En cada parpadeo, los rayos de sol parecían jugar con sus iris, revelando matices que normalmente estaban ocultos, desde un sutil verde dorado hasta un profundo caramelo, casi como si pequeños fragmentos de luz del sol se hubieran alojado en ellos. Se perdió en esos ojos por un momento.
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—¿Dormiste bien?
Su pregunta lo trajo de nuevo a la realidad. Se acercó a ella y le dio un beso en la mejilla.