1. No eres tú el que me calienta, cabrón

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Había decidido ponerme tacones esa noche porque, además de que me quedaban de muerte con el vestido ajustado, me aportaban los días que me faltaban para llegar a la mayoría de edad, lo que en aquella situación se traducía a un poco más de segurida...

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Había decidido ponerme tacones esa noche porque, además de que me quedaban de muerte con el vestido ajustado, me aportaban los días que me faltaban para llegar a la mayoría de edad, lo que en aquella situación se traducía a un poco más de seguridad en mí misma ya que, con la situación que tenía que saber manejar, léase la inseguridad de mi mejor amiga, se necesitaba mucha calma.

Era Halloween, pero nuestra época de volvernos locas por los disfraces ya había pasado hacía alrededor de dos años. Ahora nos iba más lo ilegal, o al menos a mí, porque Chloe había venido casi a rastras.

—Esos tipos nos están mirando mal, Andy —me avisó cuando todavía estábamos a dos metros de la entrada.

—Que no, Chloe, que a ellos por las noches les toca ser gorilas para deshacerse de chicas como yo, que todavía vengo con identificación falsa, así que para intimidarnos siempre traen esa expresión de enfado con el mundo.

—Pues mira lo bien que le funciona, eh. Vas a ver que no nos van a dejar entrar y pasaremos la vergüenza más grande del mundo —insistió, a ella se le daba de maravilla eso de autosabotearse cuando todo iba demasiado bien, como si no la conociera yo, con los años que llevábamos siendo mejores amigas—. Sigo pensando que lo mejor es regresar y ver alguno de esos reality de gente desnuda que siempre está viendo mi hermana, a ella parecen divertirle.

—Ya, claro, muy buena forma de celebrar tus dieciocho años, aburrida.

—¡Exacto! —dijo muy convencida y automáticamente se dio cuenta de su error—. Eh, no, cuidadito que yo soy de lo más divertida.

—¿A quién le tengo que preguntar eso? Seguro que las páginas de tus libros todavía no hablan —aseguré con ironía, entornando los ojos—. Además, no sabía que usabas la técnica de imaginar gente desnuda para quitarte los nervios.

Hizo una mueca de desagrado, arrugando la nariz.

—Que asco, por Dios, yo no hago eso.

—Me basta, era lo que necesitaba escuchar.

—Pero...

—Tu hermana ya ha vivido lo suficiente como para poder quedarse en casa revolcándose en su miserable madurez, ¿me puedes decir lo mismo de ti? —Fue a abrir la boca pero levanté mi dedo índice en señal de intervención—. La experiencia adquirida en los libros no cuenta.

Resopló, frustrada por no poder convencerme.

Claramente, después de haber logrado sacarla de la cama, meterla en su vestido y ponerle un poco de maquillaje, aunque en realidad no lo necesitaba con esa piel tan hermosa que tenía, no iba simplemente a dar media vuelta para regresar a hacer lo mismo de siempre, que consistía en tomar un libro y quedarse en la cama hasta que sus ojos no dieran más.

Además, si una de nosotras debía estar cagada de miedo, era yo, que tenía que cargar con el peso de la responsabilidad, primero de colarme, y segundo, de hacerla reír.

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