23. Pequeña

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Resulta ser que lo que al principio era una cena para dos, se extendió a siete

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Resulta ser que lo que al principio era una cena para dos, se extendió a siete. Mi padre llegó a casa sin avisar, anunciando muy orgulloso que había ido personalmente a casa de los Falcone para invitarlos a cenar. Por un segundo tuve la esperanza de que hubieran dicho que no, pero los conocía, no serían capaces de hacer ese desaire. Así que tuve que resignarme a estar en la misma habitación que Alex.

¿Quién lo diría, eh? Que un día nuestra amistad quedaría tan dañada. Todo por culpa del amor y una mentira.

La noche fue una completa tortura, mi padre intentó por todos los medios sacar algún tema de conversación que lograra despertar el interés de todos, y al principio fue bien. Intercambiaban muy animados, con alguna que otra risa, pero siempre llegaba el punto en el que se acababan los hilos de donde tirar y se instauraba un incómodo silencio que nos hacía mirarnos unos a otros con disimulo Alexander, el padre de los Falcone, miraba a su esposa. Después estaba Alek, que le interesaba más llenarse el estómago como un maldito troglodita. O, como yo, que en más de una ocasión tuve que quedarme mirando la carne de mi plato. Mi madre se esforzó para que la conversación no muriera, de verdad que puso lo mejor de sí, y creo que todos pudieron notarlo, sobre todo Lily. Hubo un segundo en el que nuestras miradas coincidieron, se notaba conmovida, incluso podía arriesgrame a decir que también un poco orgullosa por no haberme rendido con mi madre.

Para ellos todo fue relativamente bien en comparación al desastre que yo me había imaginado, sin embargo, Alex y yo fuimos un mundo a parte, ausentes, la tensión entre nosotros era palpable por mucho que quisiéramos ocultarla.

Un momento antes de sentarnos a la mesa, entre balbuceos sumamente incómodos, habíamos quedado en no mencionar nada de nuestra ruptura frente a los demás, ya que era un día de celebración que no merecía la pena ser arruinado por culpa de los problemas de un par de adolescentes.

De vez en cuando mi madre me dedicó alguna mirada como para recordarme que debía fingir mejor si no quería levantar sospechas, por lo que me tocó forzar alguna sonrisa cuando me incluían en la conversación. Sentí que la cuerda de tensión que rodeaba mi cuello se apretó cuando Alex besó mi mejilla para despedirse, y, sin embargo, al cerrar la puerta, no desapareció.

En menos de un parpadeo se acabó el fin de semana y era el primer domingo que me despertaba tan temprano por culpa de mi estómago, que rugía ferozmente. Había bajado a la cocina con la intención de buscar algo para picar y regresar a la cama, cuando iba restregándome los ojos para acabar de espabilarme y la escena que me encontré me dejó un poco desubicada.

Mamá terminaba de poner el cuenco lleno de galletas frente a papá, que leía el periódico en su tablet mientras daba pequeños y muy lentos sorbos a su taza de café recién hecho, lo supe porque el denso olor todavía inundaba la estancia. Mamá me hizo una seña con la mano para que me acercara y yo pegué un respingo de la impresión.

Corazones de PapelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora