Andrea ha descubierto de la peor forma posible que su novio ha estado engañándola con la capitana del equipo de porristas, al que, dicho sea, ella también pertenece, así que como venganza ha decidido enviarle un par de fotografías un tanto compromet...
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El llamado a desayunar de mi madre me sorprendió, sobre todo por la insistencia con que lo estaba haciendo. Se estaba esforzando por demostrarme que yo le importaba de verdad y que estaba dispuesta a cambiar, y eso provocaba un agradable calor en mi pecho que hacía mucho no sentía.
Bajé el último escalón todavía somnolienta, restregándome los ojos al tiempo que se me escapaba un bostezo. Arrastré mi cuerpo hasta la silla de patas largas y me senté. Theo bajó las escaleras a toda velocidad, como si el llamado hubiera sido con él, pasándome por un lado para ir directo a su tazón que, dicho sea de paso, también había servido mi madre. No pude evitar mirarla sorprendida. Ella le sonreía al cachorro que movía su cola, lleno de alegría, supuse que por el mismo motivo que yo. Le dio un par de lametazos a sus zapatos a manera de agradecimiento antes de comenzar a atiborrarse la comida.
—Buenos días, mamá.
La palabra se deslizaba tan fácil por mi lengua que daba la impresión de haber sido siempre así, fácil.
—Buenos días, cariño. No sabía lo que querías desayunar así que he hecho algo simple.
Sobre la isla de la cocina descansaba un plato con huevos revueltos y beicon, en otros habían tostadas y frente a mí una jarra de jugo de naranja con pinta de ser recién exprimido.
—¿Hay mantequilla?
—Oh sí, olvidé ponerla, lo siento.
Sacudí la cabeza a modo de negación.
—No pasa nada, yo lo puedo hacer.
Le hice un gesto para que se quedara tranquila y me levanté yo a buscarla.
—También hay mermelada, por si te apatece.
—Prefiero la mantequilla, de lo contrario el jugo me sabrá malo.
Preparé cada tostada con dedicación, velando por que las migas cayeran dentro del plato, odiaba cuando quedaba algún espacio sin rellenar porque eso significaba que no experimentaría todo el sabor, así que intentaba que el relieve fuera del todo parejo.
—¿Y papá? —indagué con la boca llena luego de dos mordidas. Me requirió con la mirada por mi falta de educación y yo le sonreí inocentemente. Tragué lo que me quedaba en la boca—. Lo siento.
Hizo un mohín.
—Ha recibido una llamada esta mañana diciendo que lo esperaban urgentemente para resolver un asunto de suma importancia.
—¿Y qué asunto era ese que, de nuevo, no le permitía despedirse de mí?
—No me dijo, cariño, y yo pensé que era mejor no indagar para no pinchar más su humor. Después de lo de ayer ha estado bastante tenso.
—Ya... —No me terminaba de creer ese cuento del dichoso asunto urgente, estaba convencida de que solo era una excusa para escaparse y desaparecer del problema que suponía plantarme cara, como siempre—. ¿Y quién dices que lo llamó?