3. La mala suerte del miércoles

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Odiaba los miércoles, parecía que la semana se estancaba y las horas pasaban mortalmente lentas, como ahora, que había mirado a hurtadillas la hora en mi móvil alrededor de cinco veces en los últimos veinte minutos y la clase de Matemáticas parecí...

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Odiaba los miércoles, parecía que la semana se estancaba y las horas pasaban mortalmente lentas, como ahora, que había mirado a hurtadillas la hora en mi móvil alrededor de cinco veces en los últimos veinte minutos y la clase de Matemáticas parecía no avanzar ni un poco. Aquel viejo flaco y desgarbado con sus ecuaciones exponenciales, raíces cuadradas y logaritmos me tenía al borde de la desesperación.

¿Para qué me servirían? No iría al centro comercial para escuchar a la dependienta decirme "tal cosa vale dos al cubo por cuatro, raíz cuadrada de cinco doláres".

¡Incluso era aburrido pensar en eso!

Cinco días después del penoso desengaño y no había ni rastro de Leo, de hecho, no habíamos tenido contacto, de ningún tipo, ni una llamada, ni un mensaje, ni siquiera un recado con mi madre. Admitía que me molestaba y a la misma vez era un alivio ya que todavía no me sentía preparada para encararlo. No sé cómo, porque nunca llegué a reenviar los mensajes al chat correcto, pero al parecer, había entendido por sí solo el hecho de que lo nuestro no iría a ninguna parte. Supuse que solo se centró en la otra y se olvidó de mí.

Al principio estaba aliviada con eso, sin embargo, conforme fueron pasando los días comencé a enfadarme al ver que no enviaba ni un puto mensaje pidiendo mi perdón como había visto en cientos de películas. Chloe me recordó que él no tenía porqué saber que yo lo sabía y, según parecía, la conciencia tampoco le pesaba lo suficiente como para decirme la verdad. Al final del lunes me di cuenta de que probablemente pasaba otra cosa, quizás en su casa, que era tan problemática como la mía, y por eso ni se había reportado, me sentí culpable de no estar para él pero rápidamente alejé ese sentimiento, no valía la pena.

En cuanto a Alex, en ningún momento dio señal de haber visto las fotos a pesar de que los mensajes mostraban lo contrario, hasta el lunes en la mañana. No llegamos juntos a la escuela porque ese día mi madre hizo una obra de caridad y a regañadientes esperó por mí los seis minutos en los que yo me escondí a un lado de mi ventana, dando tiempo a que Alex se adelantara para no tener que coincidir. Porque tampoco estaba preparada para verlo a él, eso me tenía los pelos de punta y mi cabeza maquinaba todo el rato que existía la posibilidad de que mi mejor amigo no me viera más a la cara.

No obstante, estábamos en el mismo salón así que inevitablemente teníamos que vernos.

Con el mayor tacto que pudo fue él quien abordó el tema justo cuando terminaba de guardar mis cosas para el cambio de turno, resultó ser que él también se había retrasado aquella mañana por otra discusión que había tenido con su hermano menor respecto a lo ocurrido el viernes, que seguía insistiendo para que lo ayudara a conquistar a nuestra amiga. Aleksander tenía quince años y ya era un rompecorazones en potencia, muy parecido a su hermano. Alex tuvo la delicadeza de explicarme que había sido su hermano intentando ligar con Chloe a través de nosotros y por eso me había escrito, y como ambas cosas, tanto mi enfado, como la táctica de Aleksander, estaban ocurriendo al mismo tiempo, eso me llevó a enviar las fotos a él, que pasó a ser el primer chat.

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