17. Heridas internas

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No me respondió, al parecer esperando a que dijera algo más o porque no sabía qué decir

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No me respondió, al parecer esperando a que dijera algo más o porque no sabía qué decir.

—¿Con quién hablabas? —insistí.

Volvió a ponerse la máscara de indiferencia de siempre, ni siquiera se preocupó en disimularlo. Estiró la mano y me entregó el móvil.

—Tu madre ha llamado.

Enseguida me enderecé y desvié la mirada, adoptando una actitud esquiva. Sabía que estaba siendo demasiado evidente, pero todo era muy reciente.

—¿Ha dicho lo que quería?

Durante unos segundos su mirada inquisitiva intentó ahondar en mi pregunta, podía sentirla clavada en mí.

—No, en realidad, no dijo ni una palabra, lo cual fue bastante raro —admitió, extrañado.

—Vale.

Atrapé mi labio inferior entre los dientes. Él bajó la mirada y yo deseé que fueran los suyos, de nuevo. Como anoche. Joder, ese beso. ¿Cómo rayos iba a explicar semejante impulso? Mi corazón comenzó a latir más rápido. De pronto me sentí atrapada en aquella casita, cohibida ante su atenta mirada.

—¿Por qué viniste a dormir aquí?

Nos besamos anoche. Nos besamos anoche. Madre mía, nos besamos anoche.

No podía dejar de darle vueltas a lo mismo, pero me obligué a guardar la compostura y transportar mi mente a una hora después. La discusión con mi madre.

Suspiré, mostrándome abatida, el peso sobre mis hombros se estaba volviendo insoportable. Cuando no sabía muy bien qué hacer, como ahora, solía ponerme a arrancarme la pielecita de alrededor de las uñas, hasta hacerme sangrar. Al darse cuenta de ello, se acercó a mi lugar, interponiendo su mano entre las mías. Él sabía que no hablaría de lo que sea que hubiera pasado entre mi madre y yo, mi respuesta siempre era:

—Discutí con mi madre.

Pero hasta ahí, eran contadas las ocasiones en las que, de primera y pata, lograba abrirme a él. Antes lo hacía, pero cuando se volvió repetitivo, temí aburrirlo, así que empecé a restarle importancia. Sin embargo, estaba segura de que me entendía y por eso no me presionaba. Al menos eso me dijo en una ocasión, que jamás tuviera miedo a ser juzgada por él, porque cada día vivía en carne propia lo que se sentía lidiar con emociones que no sabía o no quería entender. Después de leer lo que había leído anoche, yo también lo entendía a él. ¿Podría darse el caso de que la chica no sintiera lo mismo por él?

—¿Quieres hablar de ello?

Negué suavemente con la cabeza.

—Bueno, si lo que buscas es un cambio de aires, entonces tengo el trabajo ideal para ti. ¿Quieres un adelanto? —Elevé una ceja, anticipando sus palabras, a pesar de la seriedad con la que lo había dicho.

Corazones de PapelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora