10. Pensando con el cerebro y no con el p*ene.

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Alex

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Alex

Eché un vistazo hacia la calle para verificar si había espectadores o no porque no me hacía gracia que algún vecino me viera colgado de la ventana de una chica a esa hora de la noche. Al no registrar ningún movimiento sospechoso, crucé una pierna para entrar a la habitación, quedando a horcajadas sobre el marco, pero como tenía la mano izquierda ocupada con la cesta de rosquillas, lo hice sosteniéndome sobre la mano derecha para no dañar mis partes nobles y privar al mundo de mi descendencia. Una vez logré estar completamente dentro, me recibieron las tres fotos de Theo que estaban enmarcadas encima del cabecero de la cama, Andrea las había tomado en el parque hacía unos meses. Era muy buena en eso, lástima que ella no se lo creyera tanto como yo.

Alisé mi camiseta negra para eliminar las arrugas que se habían hecho. Hasta entonces fue que me percaté de que la habitación se encontraba vacía, lógico, de haber estado Andrea ya me habría lanzado algún comentario burlón sobre cómo siempre terminaba yendo a ella. Ni siquiera Theo estaba ahí, seguro andaba husmeando por la cocina en busca de algo comestible.

Con mucho cuidado dejé el regalo de mi madre sobre el tocador, encima de una hoja que llamó particularmente mi atención. Levanté el borde de la cesta para poder sacarla, y cuando lo logré, sin hacer el más mínimo ruido para alertar a Andrea, que estaba dándose una ducha, según me indicó el sonido de la regadera, sonreí victorioso. Tanto que se esforzó aquel día en la biblioteca para que yo no viera lo que estaba haciendo y al final, sin tener que hacer absolutamente nada, la lista para buscar al chico perfecto terminó en mis manos.

No iba a negar que antes de leer me decepcionó un poco ver que se llevaba una sola línea, seguramente sería una condición prácticamente imposible de cumplir, sin embargo, tal fue mi sorpresa cuando leí que no pude evitar sentir una chispa de esperanza.

Pensar con el cerebro y no con el p*ene.

Repentinamente una sonrisa se dibujó en mis labios.

¿Yo podía cumplir con eso? ¡Claro que sí, si yo era todo un caballero!

No me resistí al impulso, hacer mi disimulado baile de la felicidad que, aunque los movimientos no tenían sentido alguno, se llevaba el premio por originalidad.

Escuché que el agua dejaba de correr y enseguida me recompuse, volviendo a la máscara fría y hosca de siempre, como si necesitara convencerme de algo, hasta que ella apareciera. Doblé la hoja, pensando en si conservarla o no, al final terminé guardándola en el bolsillo trasero de mi pantalón.

En el corto trayecto que separaba el tocador del baño, me enredé con una prenda, jamás en mi vida había visto tanto reguero en una misma habitación a excepción de la de Alek. Tuve que doblarme hacia adelante para alzar la pieza del suelo y quitarla del camino porque con lo torpe que era la dueña, no dudaba que pudiera ocasionarse un accidente ella misma. Tragué saliva para que no se me escapara una carcajada a costa de la madurez de Andrea, cuando lo levanté y supe de qué se trataba; un sujetador azul marino con dibujitos de piña.

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