Capítulo 5

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Francisco sabía que lo más seguro sería fingir que esos minutos llenos de pasión en el río nunca habían existido. Sin embargo, era imposible. Cuando Esteban estaba cerca, sentía su cuerpo entero reaccionar a su presencia. El no se atrevía a encontrarse con la mirada de Esteban delante de otros, temeroso de que su expresión lo traicionara. Esteban era mucho mejor que el en mantener una fachada impasible, pero algunos de los criados, incluyendo a la señora Sandra, remarcaron lo inusualmente callado que había estado durante la semana pasada. Estaba claro para los que lo conocían bien que algo le preocupaba.

—Es la edad, supongo —Sandra le dijo a Roberto, el mayordomo —los jóvenes son todo ánimo y travesuras un día y todo oscuridad y rebelión al siguiente.

—No importa cuál sea su temperamento, será mejor que Kuku haga su trabajo bien —dijo hoscamente —O por su bien volverá a los establos, y será un criado de la clase más bajo durante el resto de sus días.

Cuando Francisco le repitió el comentario a Esteban una tarde, él hizo una mueca y se rió. Estaba ocupado sacando brillo a los paneles laqueados de un carruaje, mientras Francisco se sentaba sobre un cubo puesto bocabajo y lo miraba. La cochera estaba vacía y en silencio, excepto por él.

La tarea de Esteban le había hecho sudar, hasta que su blanca camisa se adhería dispareja a la superficie muscular de su espalda. Sus hombros se abultaban y flexionaban cuando aplicó una capa de cera en el lacado negro, y la frotó hasta que brilló como el cristal. Francisco se había ofrecido a ayudarle, pero él había rehusado inexorablemente y le había quitado el trapo.

—Es mi trabajo —le dijo bruscamente —siéntate allí y mira.

Francisco le había obedecido con placer, disfrutando de la gracia masculina de sus movimientos. Como todo lo que hacía, Esteban ejecutó la tarea meticulosamente. Había sido enseñado desde niño que el trabajo bueno era su propia recompensa, y eso, acompañado de una completa falta de ambición, lo hacían un criado perfecto. Era el único defecto que Francisco le podía encontrar: su automática aceptación de su papel en la vida, una resignación tan intrínseca que parecía que nada pudiera cambiarlo. De hecho, meditó culpablemente, si no fuera por el, Esteban habría sido perfectamente feliz con su destino. Fran era la única cosa que él siempre había querido y que nunca tendría. Y Francisco sabía cuán egoísta por su parte era mantenerlo tan firmemente atado a el, pero no podía obligarse a dejarlo ir. Él le era tan necesario como lo era la comida, el agua y el aire.

—No querés ser un criado inferior para siempre, ¿verdad? —presionó, llevando sus pensamientos a la conversación de ellos.

—Me gusta más que trabajar en la casa y llevar uniforme —replicó él.

—La señora Sandra cree que podrías hacerte primer lacayo algún día, o incluso ayuda de cámara —Francisco se negó a mencionar la pesarosa observación del ama de llaves acerca de que aunque Esteban haría un maravilloso ayuda de cámara, sus posibilidades de ello estaban grandemente disminuidas por su elegancia. Ningún señor querría un ayuda de cámara cuya apariencia y porte deslucieran la suya propia. Es más, a alguien como Esteban lo conservaría de uniforme que lo marcara claramente como criado —Y estarías mejor pagado.

—No me importa eso —murmuró él, aplicando más cera a la puerta de la superficie frontal del carruaje —¿Para qué necesito más dinero?

Francisco frunció el ceño pensativamente.

—Para comprar algún día una casita, y armar tu propio terreno —Esteban hizo una pausa a mitad de su abrillantado y lo miró sobre su hombro con una repentina chispa diabólica en sus ojos castaño.

—¿Y quién viviría conmigo, en mi casita?

Francisco se encontró con su mirada y sonrió, mientras una fantasía lo hacía preso y lo sofocaba con calidez.

Magia ; Kuku x Fran Donde viven las historias. Descúbrelo ahora