Capítulo 36

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La Sra. Sandra arreglaba una fila de copas de cristal en uno de los estantes de su cuarto, donde las posesiones más valiosas de la familia se guardaban bajo llave. Su puerta estaba media abierta, y ella escuchó que alguien se acercaba con pasos lentos, casi renuentes. Ella miró hacia la puerta y vio la silueta de Esteban, su rostro ensombrecido. Un arrepentimiento mordaz la llenó por completo cuando se dio cuenta de que él había venido a tener una última conversación.

Recordando la oferta de Esteban de volver a España con él, la Sra. Sandra sentía la necesidad de aceptar. Vieja gallina tonta, se regañó ella, sabiendo que era muy tarde para una mujer de su edad desarraigarse. Pero a la vez, la idea de irse a vivir a otro país había avivado su sangre con una inesperada sensación de aventura. Hubiera sido maravilloso, pensó ella tristemente, el experimentar algo nuevo aunque se estuviera acercando al ocaso de su vida.

Sin embargo, jamás podría dejar a Francisco, a quien ella amaba demasiado. Ella había cuidado de Francisco desde la infancia hasta la adultez, compartiendo cada alegría y tragedia en su vida. Aunque la Sra. Sandra  también quería a Juani y a Rafael, ella debía admitir para sí misma que Francisco siempre fue su favorito. En las horas en que Francisco había rondado la muerte, la Sra. Sandra había sentido la desesperación de una madre perdiendo a su propio hijo y en los años que siguieron, viendo a Francisco aferrarse a temerosos secretos y sueños rotos, el vínculo entre ellos se había hecho más fuerte. Mientras que Francisco la necesitara, ella no pensaría en dejarlo.

—Mi niño, Kuku… —dijo dándole la bienvenida a su cuarto. Al verlo bajo la luz de la suave lámpara, la expresión que el traía la preocupó, recordándole la primera vez que lo había visto, un pobre niño con fríos ojos castaños. A pesar de la falta de expresión en él, la furia y la pena lo seguían como un manto invisible, demasiado profundo, demasiado absoluto, para que él lo nombrara. Sólo pudo quedarse allí parado y mirarla, sin saber que necesitaba, habiendo ido a verla sólo porque no tenía otro lugar donde ir.

La Sra. Sandra sabía que no podía haber otra razón por la que Esteban luciera de esa forma. Rápidamente se acercó a cerrar la puerta. Los criados en la hacienda sabían que no debían molestarla si la puerta estaba cerrada, a no ser que la situación fuera catastrófica. Dándose vuelta, ella extendió sus brazos hacia el en un gesto maternal. Esteban fue hacia ella enseguida, su castaña cabellera descansado en los suaves y redondeados hombros de ella mientras él lloraba.

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Francisco nunca recordó completamente el resto de aquel día, sólo que se las había arreglado para cumplir su papel de anfitrión mecánicamente, hablando y hasta sonriendo, sin realmente darse cuenta con quien estaba ni que decía. Juani valerosamente intentó cubrirlo, desviando la atención con una muestra de sus más efervescentes encantos.

Cuando se notó que Esteban no estaba presente en la última cena del grupo, Enzo suavemente excusó su ausencia.

—Oh, Kuku está preparando todo antes de partir mañana y haciendo largas listas para mí, me temo —Antes de que se hicieran más preguntas, Enzo los asombró informándoles que no regresaría a España sino que se quedaría en Argentina para manejar la nueva oficina.

A pesar de su dolor, Francisco comprendió la importancia de esa noticia. Le dio una rápida mirada a Juani, quien se estaba concentrando demasiado en cortar una patata de su plato. Juani pretendió no interesarse, sin embargo, lo contradecía el color que se elevaba en sus mejillas. Enzo se quedaba por Juani, Francisco se dio cuenta, y se preguntó qué clase de arreglo habrían hecho. Dándole una mirada a Rafael en la punta de la mesa, Francisco vio que él se estaba preguntando lo mismo.

—Buenos Aires es afortunado de contar con su continua presencia, Sr. Vogrincic —le dijo —¿Puedo preguntar dónde residirá? —Enzo respondió con la sonrisa juguetona de un hombre que acababa de descubrir algo inesperado sobre sí mismo.

Magia ; Kuku x Fran Donde viven las historias. Descúbrelo ahora