Capítulo 27

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No había duda, Francisco lo había cambiado todo.

Sentado en una mesa de afuera, entre las sombras, Esteban puso su cabeza entre las manos y cerró los ojos. Recordó el sentimiento de deslizarse dentro de el, de su carne húmeda que lo había rodeado tan estrechamente. Del grito que había salido de su garganta. El sabor de su boca, especiado con vino y jengibre. Fran lo había satisfecho, más que ninguna otra, y luego lo había deseado de nuevo. Un virgen. Maldita fuera Fran por los sentimientos que había provocado en él, la confusión, la desconfianza, las ganas de protegerlo y su hambre por el. Esteban habría apostado hasta su último centavo, que Fran había tenido docena de amantes hasta ahora.

Y él hubiera perdido.

Esteban apretó sus palmas contra su cabeza mientras pensaba que podría estrellarse contra sus traidores pensamientos. Fran ya no era el niño que él había amado, se recordó a si mismo enojado. Ese niño jamás había existido. Y ahora, ya no parecía importante. Francisco era su maldición, su destino, su más ardiente deseo. Esteban no podría dejar de quererlo, no importaba que hubiera hecho el, no importaba cuantos océanos y continentes hubiera entre ellos.

Dios. La dulzura de su cuerpo, tan apretado y tibio alrededor de él, el olor puro y sabroso de su piel, el suave perfume de su pelo. Había sentido su cordura disolverse y tomar posesión de Fran, y él había perdido todos sus pensamientos en el momento del clímax. Era muy posible de que lo hubiera dejado en cinta. Ese pensamiento le hizo sentir una satisfacción primitiva. El verlo gestando y vulnerable con su hijo, dependiendo solamente de él, pensó avariciosamente. Esteban quería ocuparlo con su propia carne y encadenarlo a él a través de un vínculo que no se pudiera romper.

Francisco aún no se había dado cuenta, pero ya nunca podría librarse de él o de las demandas que le hiciera.

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—Que tarde más mortalmente aburrida —pensó Alfonsina Carrocio, la hermana de Enzo.

—Sí —su esposo, el Sr. Carrocio, replicó —Me temo que la novedad de alternar con ropajes rústicos se acaba pronto. Es mejor gastar el tiempo con gente de nuestra clase que con personas que no tienen más inteligencia que las ovejas y cabras que escuchan —Molesto por su altanería, Juani no pudo resistir replicarle.

—Usted es afortunado, entonces, Sr. Carrocio. Con esa actitud, me parece probable, que usted realmente deberá pasar una gran cantidad de tiempo solo —Mientras los Carrocio lo miraban con odio, Enzo se reía libremente de su imprudencia.

—Disfruto mucho la contienda —le dijo Enzo, sus ojos mieles brillaban. Le hecho un vistazo a Alfonsina —Y tu pareces haber olvidado, querida hermana, que muchos de esos nombrados rústicos tienen mejor sangre que los Vogrincic.

—¿Cómo podría olvidarlo? —contestó Alfonsina ariscamente —Si tu eres siempre tan entusiasta al recordármelo —Juani se mordió el interior del labio para evitar reírse.

—Supongo que me retiraré de esta velada. Les deseo una buena noche.

—No tan pronto —dijo Enzo suavemente —La noche es aún joven, ¿Jugamos una partida de cartas o un turno de ajedrez? —Juani sonrió y le preguntó ingenuamente.

—¿Le gustaría jugar algún juego, Sr. Vogrincic? —El lo miró de forma sutilmente seductora, pero igualó su tono de inocencia.

—De cualquier cosa —Los dientes de Juani atraparon su labio inferior, de la manera en que siempre inspiraba a Blas a decir que estaba adorable. Fue extraño que no lo hubiera hecho consciente, desde hacia mucho tiempo. Lo que la hizo darse cuenta, cuanto anhelaba ser atractivo para Enzo.

—Yo nunca juego cuando no estoy seguro de que puedo ganar —le dijo Juani —Por lo tanto, le sugiero que demos una vuelta por la galería de los retratos, para que usted pueda mirar a mis antecesores. Puede que le interese saber que en nuestra familia hay tres barcos piratas. Un tipo rudo, por lo que me han contado.

Magia ; Kuku x Fran Donde viven las historias. Descúbrelo ahora