Capítulo 33

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Francisco suspiró mientras extraía otra hoja de papel, cerca de una docena de cartas estaban apiladas delante de el, de amigos y parientes que estaban sin duda resentidos por su tardanza en contestar.

Francisco frunció el ceño a las tres cartas que ya había terminado. Hasta ahora había descrito asuntos menores de la casa, relatado algunos escogidos cotilleos, e incluso comentado el tiempo reciente.

—Que diestro te has vuelto en contarlo todo excepto la verdad —se comentó a sí mismo con una sonrisa auto despectiva. Pero dudaba que sus novedades reales fueran música para los oídos de sus pariente — …he tomado recientemente un amante, y he participado en dos encuentros decididamente tórridos, uno en el bosque, y otro en el gabinete de mi dormitorio. Mi hermano Juani goza de buena salud, y está actualmente de visita en Montevideo, donde en este momento probablemente estará rodando por la cama con un español perpetuamente embriagado….

Imaginándose cómo sería recibida una misiva como esa por su almidonada prima Paula, o por su tía abuela Strauch, Francisco reprimió una sonrisa. La voz de su hermano vino de la entrada, suministrando una bienvenida interrupción.

—Dios mío. Debes estar completamente sin nada que hacer, si has recurrido a escribir cartas —Fran levantó la mirada hacia Rafael con una sonrisa bromista.

—Habla la única persona del mundo que es más abominable con la correspondencia que yo.

—Aborrezco cada aspecto de ella —Admitió —De hecho, la única cosa peor que escribir una carta es recibir una. Dios sabe por qué alguien podría pensar que estaría interesado en las pequeñeces de su vida —Continuando sonriendo, Francisco bajó su pluma y miró una pequeña mancha de tinta en la punta del dedo —Hablando de correspondencia… Ha llegado un mensajero de Montevideo.

—¿Todo el camino desde Montevideo? Si son las ostras que envié buscar, llegan dos días pronto.

—No son ostras —Rafael caminó hacia la entrada y le hizo un gesto —La entrega es para vos. Ven a la entrada.

—Muy bien —Se levantó del escritorio y siguió a Rafa al hall de la entrada. El aire estaba impregnado por la embriagadora fragancia de las rosas, como si todo el hall hubiera sido bañado en caro perfume —Dios santo —exclamó parándose en seco ante los enormes montones de flores que estaban siendo traídas de un carro de fuera. Montañas de rosas blancas, algunas con apretados capullos, otras en pleno glorioso florecer. Dos lacayos habían sido reclutados para asistir al conductor del carro, y los tres seguían yendo fuera para traer ramo tras ramo envuelto en rígido papel de encaje blanco.

—Quince docenas de ellas —dijo Rafa bruscamente —Dudo que quede una sola rosa blanca en Montevideo.

Francisco no podía creer lo rápido que le latía el corazón. Se movió lentamente hacia delante y tiró de una única rosa de uno de los ramos. Acunando el delicado cáliz de la flor con los dedos, inclinó la cabeza para inhalar su perfume. Los pétalos eran un roce de fría seda contra la mejilla.

—Hay algo más —dijo Rafa. Siguiendo su mirada, Francisco vio al mayordomo dirigiendo a otro lacayo incluso para abrir una enorme canasta de madera llena de bultos del tamaño de un ladrillo envueltos en papel marrón.

—¿Qué es eso, Roberto?

—Con su permiso, joven, lo descubriré. —El anciano mayordomo desenvolvió uno de los bultos con gran cuidado. Extendió el papel marrón encerado abriéndolo para revelar un húmedamente fragante pan de jengibre, su especia añadiendo una nota acre al olor de las rosas.

Francisco se puso la mano sobre la boca conteniendo una burbujeante risa, mientras alguna inidentificable emoción hacía temblar su cuerpo entero. La ofrenda la preocupaba terriblemente, y al mismo tiempo, estaba locamente complacido por su extravagancia.

Magia ; Kuku x Fran Donde viven las historias. Descúbrelo ahora