Capítulo 10

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Había sido un agosto excepcionalmente cálido hasta ahora, y el condado hormigueaba de elegantes familias que serían atrapadas en los meses de verano en España. Rafael había dicho que el Sr. Vogrincic y su compañero de negocios estarían viajando ida y vuelta entre Argentina y España, con el resto del séquito atrincherado en la hacienda Romero. Parecía que el Sr. Vogrincic planeaba abrir una oficina en Huelva para las nuevas empresas de su familia, así como asegurar todos los derechos importantes del muelle que permitirían a sus barcos realizar las descargas en el puerto.

Aunque la familia Vogrincic ya era opulenta del estado real y de las especulaciones en Buenos Aires, recientemente se habían iniciado en el negocio de producción locomotora de rápido crecimiento. Aparentemente su ambición no era abastecer los rieles europeos con locomotoras, carruajes y repuestos, sino también exportar sus productos a América. Según Rafael, Vogrincic no carecía de inversores para su nuevo emprendimiento y Francisco presintió que su hermano pretendía ser uno de ellos. Con ese objetivo en mente, Francisco pensó que el Sr. Vogrincic y su socio tenían una estadía extremadamente agradable con los Romero.

Con su mente repleta de planes, Francisco cambió a un ligero vestido de verano de algodón blanco, bordado con flores color lavanda. No llamó a la criada para que lo ayudara. A diferencia de otras personas en su situación, el se vestía solo la mayoría de las veces, requiriendo la ayuda de la Sra. Sandra sólo cuando era necesario. El ama de llaves era la única persona que tenía permiso de ver a Francisco bañándose o vistiéndose, con excepción de Juani.

Cerrando la hilera de pequeños botones de perlas del frente de su vestido, Francisco permaneció frente al espejo. Expertamente peinó y sujetó su cabello con un pañuelo blanco. Mientras ataba la pañoleta, vio en el reflejo que algo había sido dejado sobre la cama, un guante extraviado o liga, quizá, en el destello rosa damasco del cobertor. Frunciendo el ceño curiosamente, fue a investigar.

Se estiró para alcanzar el objeto sobre la almohada. Era un pañuelo viejo, la seda bordada de matiz descolorido, muchos de los hilos estaban gastados. Confundido, Francisco trazó el patrón de capullos de rosa con la yema de su dedo. ¿De dónde había venido? ¿Y por qué había sido dejado sobre su cama? El sentimiento de revoloteo regresó a su estómago, y su dedo se detuvo en la delicada trama del bordado.

El había hecho esto con sus propias manos, seis años atrás.

Sus dedos se cerraron en el trozo de tela, presionándolo contra su palma, de repente su pulso resonó en sus sienes, oídos, garganta y pecho.

—Kuku… —susurró.

Recordó el día en que se lo había dado a él o más precisamente el día en que Esteban lo había tomado de el, en la sala de los carruajes del establo. Sólo Esteban le podía devolver ese fragmento del pasado. Pero eso no era posible, Esteban había abandonado Argentina años atrás y después rompió su acuerdo de aprendizaje con el constructor de barcos en Montevideo.

Nadie lo había visto o había oído de él nuevamente.

Francisco había pasado su vida entera de adulto tratando de no pensar en él, entreteniendo la fútil esperanza con el hecho de que el tiempo suavizaría los recuerdos del doloroso amor. Pero sin embargo, Esteban había permanecido con el como un fantasma, llenando sus sueños con todas las abandonadas esperanzas que rehusaba admitir durante sus horas diurnas. Todo este tiempo no había sabido si él estaba vivo o muerto. Cualquier posibilidad era muy dolorosa de contemplar.

Todavía agarrando el pañuelo, Francisco salió de su cuarto. Pasó sin ser visto a través del ala este, como un animal herido, usando las puertas de los sirvientes para abandonar la finca. No había privacidad en la casa, y el tenía que robar algunos minutos a solas para reunir su juicio. Un pensamiento era el principal en su mente... No regreses Kuku... El sólo verte me mataría... No regreses... No lo hagas...

Magia ; Kuku x Fran Donde viven las historias. Descúbrelo ahora