Capítulo 2

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—Oh, no seas tan idiota —exclamó —Te vi con una de las muchachas del pueblo, Esteban. La besaste. Justo allí en la calle, ¡para que todo el mundo lo viera!

Él levantó la ceja instantáneamente. Era verdad. Su compañera había sido Soledad, la hija del carnicero. Esteban había coqueteado con ella por la mañana, como hacía con la mayoría de las muchachas que conocía, y Soledad le había pinchado sobre una cosa y otra hasta que él se había reído y le había robado un beso. No había significado nada ni para él ni para ella, y el asunto había salido de su mente con rapidez.

Por lo tanto, esa era la causa de la irritación de Francisco: celos.

Esteban intentó reprimir su placer ante el descubrimiento, pero se condensó en una masa dulce y pesada en su pecho. Demonios. Él sacudió la cabeza tristemente, preguntándose cómo recordarle lo que Fran ya sabía: que el hijo de un noble no debería dar ninguna importancia a lo que él hiciera.

—Fran —protestó, medio levantando sus manos para tocarlo, y haciéndolo retroceder —Lo que yo haga con otras muchachas no tiene nada que ver con nosotros. Vos y yo somos amigos. Nosotros nunca... vos no eres de mi misma clase... ¡Maldición, no hay necesidad de que te explique lo que es obvio!

Francisco lo miró de un modo como nunca había hecho antes, sus ojos verdes repletos de una intensidad que provocó que se le erizara el pelo de detrás del cuello.

—¿Y si yo fuera una muchacha del pueblo? ¿me harías eso mismo a mí?

Era la primera vez que Esteban se había quedado mudo. Él tenía un don para saber lo que la gente quería oír, y lo usaba normalmente a su favor para complacerlos. Su fácil encanto le había sido de gran utilidad, tanto para engatusar a la mujer del panadero para que le diera un bollo como para mantenerse fuera de problemas con el jefe de las cuadras.

Pero con la pregunta de Francisco ... había un peligro infinito en decir sí o no. En silencio, Esteban tanteó alguna media verdad que pudiera usar para calmarlo.

—No pienso en vos de esa forma —dijo finalmente, forzándose en encontrarse con la mirada del ojiverde sin parpadear.

—Otros muchachos lo hacen —ante su mirada inexpresiva, Francisco continuó del mismo modo- La semana pasada cuando nos visitaron los Hempe, su hijo Simón me arrinconó contra la barandilla en el acantilado e intentó besarme.

—¡Ese mocoso arrogante! —dijo al instante con furia, recordando al muchacho flacucho y pálido que no hizo ningún esfuerzo por ocultar su fascinación por Francisco —Le voy a arrancar la cabeza la próxima vez que lo vea. ¿Por qué no me lo dijiste?

—No es el único que lo ha intentado —dijo echando combustible al fuego deliberadamente —No hace mucho Tomas me retó a jugar con él a un juego de besos.

Se interrumpió con una leve exclamación cuando Esteban se estiró y lo agarró.

—Maldito sea Tomas —dijo rudamente — Malditos sean todos ellos.

Fue un error tocarlo. La sensación de sus brazos, tan flexibles y calientes bajo sus dedos, hizo que su interior se apretara con un nudo. Necesitaba tocar más de el, necesitaba inclinarse más cerca y llenarse la nariz del olor de Francisco... el olor jabonoso a piel recién lavada, un toque de agua de rosas, el íntimo aroma de su respiración. Todos sus instintos clamaron para acercarlo y para poner su boca sobre la curva aterciopelada en la que su cuello se encontraba con su hombro. En su lugar, se forzó en soltarlo, sus manos permaneciendo suspendidas en el aire. Era difícil moverse, respirar, pensar con claridad.

—No he dejado a nadie que me bese. Te quiero a... vos... sólo a vos —Una nota pesarosa entró en su voz —Pero a este paso, tendré noventa años antes de que te decidas a intentarlo.

Magia ; Kuku x Fran Donde viven las historias. Descúbrelo ahora