Capítulo 31

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Tomando residencia en una suite elegantemente adornada con muebles de caoba y bronce, Enzo pronto descubrió que la reputación de la calidad del hotel era merecida. Luego de una noche de buen sueño y un desayuno de crepes y huevos de ave, Enzo decidió corregir su opinión sobre Montevideo. Tuvo que admitir que una ciudad con tantas casas de cafés, jardines y teatros, no podía ser tan mala.

Un día de reuniones y una larga cena en una taberna local hubieran dejado exhausto a Enzo, pero encontró difícil dormirse esa noche. Él tenía miedo de estarse enamorando de Juan Romero. Él lo quería, lo adoraba, lo deseaba ardientemente, cada maldito momento. Sin embargo, cada vez que él pensaba que hacer con Juani, llegaba a la misma conclusión. Enzo Vogrincic no era del tipo que se casaba, y aun si lo fuera, a él le importaba demasiado Juani para exponerlo a los tiburones de su familia. Peor aún, él estaba tan malditamente casado con la botella para considerar en tomar un novio y eso era algo que él dudaba pudiera solucionar, aunque lo quisiera.

Comenzó una tormenta, los truenos resonando y aplaudiendo mientras que la lluvia caía en explosiones intermitentes. Enzo abrió la ventana un milímetro o dos para dejar que el olor a la lluvia de verana se colara en el cuarto. Tendiéndose entre las sabanas frescas, el trató y falló de dejar de pensar en Juani. En algún momento del medio de la noche, sin embargo, fue rescatado por el golpecito en la puerta de su cuarto y el tranquilo murmullo de su ayuda de cámara.

—¿Sr. Vogrincic? Disculpe, alguien lo espera en la puerta de entrada. Le pedí que volviera a una hora más apropiada, pero el no se ira —Enzo luchó para incorporarse y bostezó, rascándose el pecho.

—¿Quien?

—El joven Juan Romero, señor.

—¿Juani? –estaba anonadado —El no puede estar aquí. El está en Buenos Aires.

—El definitivamente está aquí, Sr. Vogrincic —Enzo saltó de la cama como si lo hubieran electrocutado, buscando rápidamente su bata para cubrir su desnudez.

—¿Ha pasado algo? —preguntó el —¿Cómo luce?

—Mojado, señor —Aún estaba lloviendo, Pablo se dio cuenta con una creciente preocupación, preguntándose porque demonios Juani vendría aquí en el medio de una tormenta. Demasiado preocupado para buscar sus pantuflas o peinar su cabello, Enzo salió a grandes pasos de su cuarto, siguiendo a su ayuda de cámara hasta la puerta.

Y allí estaba Juani, parado en un pequeño charco de agua. El le sonrió, aunque sus ojos zafiro estaban alerta bajo el borde de un sombrero empapado. Justo en ese momento, observándolo a través de la puerta, Enzo Vogrincic, cínico, hedonista, borracho, libertino, se enamoró desesperadamente.

Enzo nunca había estado tan completamente esclavizado de otro ser humano. Juani tan encantador y tontamente esperanzado. Miles de palabras de afectos llenaron su mente, y se dio cuenta tristemente que él era el mismo estúpido que había acusado de ser, el día anterior, a Esteban.

—Juani —dijo él suavemente, acercándose. Su mirada recorrió el rostro sonrojado y mojado de el, mientras que pensaba que lucia como un ángel manchado —¿Esta todo bien?

—Perfectamente —la mirada de Juani siguió el frente de su bata de seda hasta sus pies descalzos, y se ruborizó antes la comprensión de que él estaba desnudo debajo. Sin poder evitar tocarlo, Enzo se acercó y le quitó el abrigo, dejando que una cascada de gotas cayera al suelo. Él se lo pasó al ayuda de cámara, quien fue a colgar la prenda en un perchero cercano. Le siguió el sombrero empapado, y luego Juani se quedó de pie temblando frente a él, el dobladillo de sus faldas empapado y embarrado.

—¿Por qué has venido a Montevideo? —preguntó suavemente.

—Tenía compras que hacer. Me estoy quedando en el hotel de al lado. Y ya que nuestros respectivos alojamientos están tan cerca, pensé en hacerte una visita social.

Magia ; Kuku x Fran Donde viven las historias. Descúbrelo ahora