Capítulo 37

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Después de la partida del último huésped, Francisco se cambió a un cómodo vestido de casa y fue a la sala de estar de la familia. Haciéndose una bola en la esquina de un sofá mullidamente tapizado, se sentó y miró el vacío durante lo que parecían ser horas. A pesar de la calidez del día, temblaba bajo la manta de su regazo, las puntas de sus dedos y la suela de los pies helados. A su orden, una doncella vino a encender un fuego en el hogar y le trajo una humeante jarra de té, pero nada pudo quitarle el frío.

Escuchaba el ruido de las habitaciones siendo limpiadas, las huellas de los criados en las escaleras, la mansión restaurando su orden ahora que la casa estaba finalmente limpia de visitantes. Había cosas que debería estar haciendo: hacer inventario del menaje, consultar a la señora Sandra qué habitaciones deberían cerrarse y qué cosas se necesitaban del mercado. Sin embargo, Francisco parecía no poder elevarse del estupor que se había abatido sobre el. Se sentía como un reloj con el mecanismo averiado, congelado e inútil.

Dormitó sobre el sofá hasta que el fuego bajó sus llamas y los rayos de luz del sol que atravesaban las cortinas medio cerradas fueron reemplazados por el brillo del atardecer. Un sonido callado lo despertó, y se levantó reluctantemente. Abriendo sus ojos lagañosos vio que Rafael había entrado en la habitación. Se quedó de pie cerca de la chimenea, mirándola como si el fuera un rompecabezas que no supiera cómo resolver.

—¿Qué quieres? —le preguntó Fran con el ceño fruncido. Forcejeando para ponerse en posición sentado, se frotó los ojos.

Rafael encendió una lámpara y se aproximó al sofá.

—La señora Sandra dice que no has comido nada en todo el día —Fran sacudió la cabeza.

—Sólo estoy cansado, tomaré algo después —Su hermano lo recorrió con la mirada con el entrecejo fruncido.

—Tienes una apariencia infernal.

—Gracias —dijo secamente —Como dije, estoy cansado. Necesito dormir, eso es todo.

—Pareces haber estado durmiendo la mayor parte del día, y no te ha hecho ni un maldito poco de beneficio.

—¿Qué quieres, Rafael? —dijo con una chispa de irritación. Rafa se tomó su tiempo en contestar, hundiendo las manos en los bolsillos de su abrigo mientras parecía estar pensando sobre algo. Repentinamente miró la forma de sus rodillas, ocultas bajo los pliegues de sus faldas de muselina azul.

—He venido para pedirte algo. —dijo ásperamente.

—¿Qué? —Hizo un gesto rígido hacia sus pies.

—¿Puedo verlas? —Francisco lo miró en blanco.

—¿Mis piernas?

—Sí.

Rafael se sentó en el otro lado del sofá, con el rostro inexpresivo. Nunca había hecho antes tal petición. ¿Por qué quería ver sus piernas ahora, después de todos esos años? Francisco no pudo sondear sus motivos, y se sentía demasiado exhausto para barajar los distintos tipos de emoción que sintió. Ciertamente no habría daño en enseñárselas, pensó. Antes de permitirse a sí mismo el pensarlo dos veces, se quitó las zapatillas de un puntapié. Sus piernas estaban desnudas bajo el vestido. Levantándolas sobre los cojines del sofá, dudó un momento tiró del dobladillo de la falta un poco más arriba de las rodillas.

Rafael no mostró ninguna reacción a la vista de sus piernas, nada más que una interrupción casi indetectable en su respiración. Su mirada oscura se movió sobre el correoso entramado de cicatrices, bajando hacia la blancura incongruente de sus pies. Mirando su rostro impasible, Francisco no se dio cuenta que el mismo estaba reteniendo el aliento, hasta que sintió el tirón ardiente de sus pulmones. Dejó escapar un lento suspiro, bastante sorprendida de que fuera capaz de confiar en Rafael hasta ese extremo.

Magia ; Kuku x Fran Donde viven las historias. Descúbrelo ahora