Capítulo 3

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Arrancando su boca de la de el, Esteban enterró su rostro en el brillante velo rubio de su cabello.

—¿Por qué has hecho eso? —gruñó.

La breve risa de Francisco era de un audible dolor. —Vos eres todo para mí. Te quiero. Siempre lo he…

—Shhh... —Él lo sacudió brevemente para hacerlo callar. Manteniéndolo a la distancia de la longitud de un brazo, contempló su rostro ruborizado, radiante —No vuelvas a decir eso jamás. Si lo haces, dejaré la ciudad.

—Huiremos juntos —continuó Fran sin descanso —Iremos a un lugar donde nadie pueda encontrarnos.

—Basta Fran, ¿sabes lo loco que suenas?

—¿Por qué es una locura?

—¿Crees que te arruinaría la vida de ese modo?

—Te pertenezco —dijo el ojiverde tercamente —Haré lo que tenga que hacer para estar con vos.

Francisco creía en lo que estaba diciendo. Esteban lo veía en su rostro. Le rompió el corazón, incluso mientras se enfurecía. Maldito Fran, el sabía que las diferencias entre ellos eran insuperables, y tenía que aceptar eso. Esteban no podía quedarse aquí y enfrentarse con la constante tentación, sabiendo que ceder provocaría la caída de ambos. Sujetando el rostro del ojiverde en sus manos, Esteban dejó que sus dedos tocaran los extremos de sus claras cejas, y deslizó sus pulgares sobre el cálido terciopelo de sus mejillas. Y porque no pudo conseguir eliminar la reverencia de su toque, habló con fría aspereza.

—Pensás que me querés ahora. Pero cambiarás. Algún día encontrarás fácil olvidarte de mí. Soy un criado, y ni siquiera un criado de los de arriba…

—Eres mi otra mitad.

Callado por la conmoción, Esteban cerró los ojos. Odiaba su propia respuesta instintiva a las palabras, el brinco de primitiva alegría.

—¡Por todos los demonios! Estás haciendo imposible que me quede en la capital.

Francisco retrocedió un paso de él de inmediato, el color abandonando su rostro.

—No, no te vayas. Perdón. No diré nada más. Por favor, Esteban, te quedarás, ¿verdad?

Sintió de repente un poco del dolor inevitable que experimentaría algún día, las heridas letales que resultarían del simple acto de dejarlo. Francisco tenía dieciséis años… todavía le quedaba dos años con el, quizás ni siquiera tanto. Luego el mundo se le abriría, y Esteban se convertiría en una peligrosa obligación. O peor, en una vergüenza. Francisco se obligaría a olvidarse de esta noche. No querría recordar lo que le había dicho a un mozo de cuadra en el balcón bañado por la luz de la luna fuera de su dormitorio. Pero hasta entonces…

—Me quedaré todo lo que pueda —dijo roncamente.

Brilló la ansiedad en las claras profundidades de sus ojos.

—¿Y mañana? —le recordó —¿Te encontrarás conmigo mañana?

—En el río a la puesta de sol —dijo súbitamente fatigado por la interminable lucha interior de querer y jamás tener.

Francisco pareció leer su mente.

—Perdón —su angustiado susurro descendió en aire tan gentilmente como cayeron los pétalos de las flores cuando bajó trepando por el balcón.

Después Esteban había desaparecido en las sombras.

Francisco se resguardó en su dormitorio y se tocó los labios. Las yemas de sus dedos frotaron el beso más profundo en la tierna piel. Su boca había sido inesperadamente cálida, y su sabor era dulce y exquisito, con aroma a las manzanas que él debía haber robado del huerto. Se había imaginado su beso miles de veces, pero nada lo había preparado para su sensual realidad.

Magia ; Kuku x Fran Donde viven las historias. Descúbrelo ahora