Capítulo 38

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—Sí lo hay, —insistió —me dijiste antes de ayer que ibas a hablarme con honestidad o te arrepentirías el resto de tu vida. Yo debería haber hecho lo mismo, y estoy tan arrepentido de no haberlo hecho... Pero he viajado toda la noche para alcanzarte antes de que dejaras Argentina. Te estoy pidiendo, no, suplicando que me des una oportunidad de explicar mi comportamiento.

Él sacudió la cabeza.

—Van a retirar la pasarela. Si no reembarco en cinco minutos, me separaré de todos mis baúles y papeles personales, todo excepto las ropas que llevo puestas —Francisco se mordisqueó el interior de sus mejillas, intentando contener su creciente desesperación.

—Entonces iré a bordo con vos.

—¿Y navegarás cruzando el Pacífico sin nada más que un cepillo de dientes? —se mofó Esteban.

—Sí —Esteban le disparó una mirada dura y larga. No dio ninguna indicación de lo que estaba sintiendo, ni incluso de si estaba considerando su ruego. Preguntándose si iba a rechazarlo, Francisco busco con precipitación las palabras correctas, la llave para abrir su helado autocontrol, y entonces notó la vena latiendo violentamente en su sien. La esperanza se desplegó en su interior. No le era indiferente, aunque intentara fingir lo contrario.

Quizás el único bálsamo para el maltratado orgullo de Esteban era el sacrificio del suyo propio. Reluctantemente, bajó su guardia, y habló con la mayor humildad de lo que lo había hecho en su vida.

—Por favor. Si todavía sientes algo en absoluto por mí, no regreses a ese barco. Te juro que nunca te pediré nada más. Por favor, déjame decirte la verdad, Kuku —Mientras mantenían otro silencio insostenible, la mandíbula de Esteban se endureció hasta que saltó un músculo en su mejilla.

—Maldita sea, está bien. —dijo suavemente. Francisco comprendió con alivio perplejo que no iba a rechazarlo.

—¿Volvemos a la hacienda? —se atrevió a susurrar.

—No, que me maldigan si tendré a tu hermano revoloteando a nuestro alrededor. Él se puede ir a la hacienda mientras tú y yo hablamos en las habitaciones en el hotel de Enzo.

Francisco tuvo miedo de decir otra palabra, en el riesgo que podría hacer que el cambiara de opinión. Asintió y se volvió a aposentar en el carruaje, mientras su corazón azotaba repetidamente contra sus costillas.

Esteban dio instrucciones al conductor y luego subió al vehículo. Fue inmediatamente seguido por Rafael, quien no pareció terriblemente complacido por el plan, siendo como quería que toda la situación permaneciera bajo su control. Sin embargo, no brindó ninguna protesta, sólo se sentó al lado de Francisco y cruzó sus brazos sobre el pecho.

El silencio era pesado y confuso mientras el vehículo rodaba alejándose de los muelles. Francisco estaba miserablemente incómodo, sus piernas rígidas y doloridas, sus emociones agitadas, le dolía la cabeza. No era de ayuda el que Esteban pareciera tan cálido y comprensivo como lo sería un bloque de granito. Francisco no estaba ni siquiera seguro de lo que le diría, de cómo le diría la verdad sin provocarle pena o disgusto.

Como sintiendo su preocupación, Rafa se agachó y tomó sus dedos en los suyos, dándoles un pequeño apretón alentador. Levantando la mirada, Francisco vio que Esteban había notado el sutil gesto. Su mirada suspicaz osciló del rostro de Rafa al de el.

—Podrías empezar las explicaciones ahora —dijo. Francisco le dirigió una mirada de disculpa.

—Mejor esperaré, si no te importa.

—Estupendo –dijo Esteban burlonamente —No es como si no tuviera tiempo —Rafa se puso rígido ante el tono del otro hombre.

—Perdona pero...

Magia ; Kuku x Fran Donde viven las historias. Descúbrelo ahora