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Estar rodeado de libros con tantas historias que aclaman ser leídas desde sus estantes siempre hacía que Marcus perdiera la noción del tiempo.

Por ello no le resultó extraño que al salir de la biblioteca el cielo se estuviese oscureciendo a causa de la llegada de la noche. Eso no sería un problema si no fuera por las diminutas gotas de agua que comenzaban a caer desde lo más alto.

Chasqueó la lengua porque no había llevado un paraguas. La gente que cruzaba por las calles comenzaron a caminar cada vez más y más rápido.

Perfectamente pudo haber comprado algunos libros y haberlos leído en la comodidad de su hogar, pero no se sentía igual. Incluso si él no era de los que disfrutaban en gran medida de estar rodeado de personas, todo era diferente cuando eran los libros los que lo rodeaban, y las personas que estaban allí buscaban en ellos un refugio. Solía escuchar los murmullos que realizaban al leer o al comentar sobre sus lecturas, eran tan bajos y cautelosos que podían confundirse con una brisa.

Para algunos era molesto, pero para él era enriquecedor.

Antes de que la lluvia se desatara se apresuró a llegar a la estación de taxis. Sus amigos habían dicho que era momento de que comprar su propio auto. Era un lujo que podía darse, pero ni siquiera sabía conducir y no tenía ni la más mínima intención en aprender a hacerlo, al menos no en fechas próximas.

—Maldición... —masculló abrazándose a sí mismo por el frío repentino, al menos el tejado de la estación lo protegía.

Los pocos taxis que pasaban frente a él iban todos ocupados. No le sorprendía, la lluvia torrencial se desató de repente y todos habían buscado una solución rápida.

Estuvo a punto de escribirle a Lidya cuando un lujoso auto negro se detuvo frente a él. Las luces del vehículo parpadearon y el vidrio de la ventana fue descendiendo poco a poco.

Marcus se inclinó hacia la derecha para poder ver al conductor, y no tardó mucho tiempo en reconocerlo. Cuando sus ojos se cruzaron, el contrario hizo le hizo un ademán con la mano para que se acerque. Vaciló un poco antes de acercarse a la ventana, y se inclinó sobre ella para escuchar lo que aquel sujeto tenía para decirle.

—Pero ¿qué haces? —gruñó Damián—. Súbete.

—Está bien, estoy esperando un taxi.

—Carajo, solo sube.

Marcus rodó los ojos. Al parecer Damián no solo era un exigente en la cama. Se tragó el insulto y se subió al auto.

—Gracias... —murmuró mientras se ponía el cinturón de seguridad.

Damián lo miró a los ojos por un largo rato antes de poner el auto en movimiento.

Marcus decidió ignorar el estremecimiento que le recorrió el cuerpo. Había algo en la mirada oscura de Damián que le hacía pensar en cosas que no debería.

No había hablado con él y Owen después de la noche que compartieron juntos.

Tampoco tenía mucho qué hablar con ellos en realidad. Había sido sexo. Lo disfrutaron, eso fue todo. Lo mejor era que cada uno siga con su camino.

Esa mañana se despertó adolorido y sudoroso, con una sensación punzante en cada centímetro de su cuerpo.

Apenas y pudo llegar a su habitación y asearse para cuando su amigo volvió. Incluso tuvo que inventar una tonta excusa para justificar el hecho de que no podía moverse.

En más de una vez vio en Owen la intención de acercarse a él, quizás quería hablar sobre la noche que compartieron, después de todo, él fue el propulsor de la misma.

CAÓTICA DECISIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora